Fuente 13 de mayo de 2002
Fallece en su cama a los 97 años Joe 'Bananas', un mafioso mítico
Hay un axioma en la Mafia que refleja con ironía la elevada tasa de mortalidad de este gremio laboral: si uno acaba el día con vida, dicen los gánsteres, significa que ha tenido un buen día en el trabajo. Joe Bonanno, uno de los mayores capos de la historia de la Mafia, murió este fin de semana en Arizona a los 97 años de edad. 'Quién habría dicho hace 50 años que Bonanno moriría de causas naturales', dijo ayer uno de los fiscales que persiguió sin éxito a este padrino siciliano.
Bonanno fue un mafioso contradictorio. Cuando Luciano y Lucchese pavoneaban su fortuna y su poder por las fiestas de Manhattan o Miami, Bonnano, que ya regentaba una de las familias mafiosas de Nueva York, guardaba un perfil bajo y ni siquiera vestía con chaquetas cruzadas. Apenas se le veía en público; prefería celebrar las victorias en reuniones poco concurridas en las que había menos riesgo de ser asesinado. Bonanno, que sólo había sido detenido en una ocasión por llevarle las pistolas a Al Capone, era de la vieja escuela. Pensaba que la ostentación rompía con la tradición siciliana.
Sólo usaba teléfonos públicos y nunca hizo dos llamadas desde la misma cabina
Con el paso del tiempo, él mismo se saltó una de las normas intocables del crimen organizado, aquella que obliga a sus integrantes a no abrir la boca salvo en el sillón del dentista: publicó su autobiografía en 1983. El libro, titulado Un hombre de honor, es un catálogo de coartadas, un manual de instrucciones de la profesión, una declaración de los principios sicilianos y la única confirmación de aquello que sus compañeros de trabajo siempre han negado: la existencia misma de la Mafia.
No lo dice abiertamente, incluso rechaza pronunciar la palabra 'mafia' y asegura que ese término 'crea mucha confusión, porque en realidad se refiere a un proceso, a unas normas de relación entre hombres'. Se quejaba de que la 'Tradición', así, con mayúscula, se fue deteriorando desde que las familias comenzaron a aceptar miembros no sicilianos, que no entendían los 'ideales de lealtad absoluta hacia los líderes'. La definición de su trabajo como capo es antológica: 'Ser padre de una familia era como ser un jefe de Estado. Tenía que mantener el orden interno y resolver asuntos exteriores con otras familias'.
Durante sus 30 años al frente de la familia Bonanno -una de las cinco grandes que se repartieron Nueva York- nunca hubo fiscal capaz de actuar contra él. Cuando se jubiló para evitar ser jubilado por la vía tradicional mafiosa, Bonanno invirtió su dinero en negocios legales que lo convirtieron en multimillonario. Había construido un imperio de productos lácteos y de inversiones inmobiliarias que extendían sus negocios a California, Arizona y Canadá, mucho más allá del distrito que regentaba en sus comienzos, Brooklyn. La fiscalía de Arizona sospechaba que Bonanno seguía al frente de un clan mafioso. Sólo usaba teléfonos públicos y nunca utilizaba la misma cabina para dos llamadas. Pero nadie pudo demostrar que hacía algo ilegal.
Lucky Luciano solía decir que detrás de cada gran fortuna hay un crimen. A Bonanno se le atribuyen decenas de asesinatos y 'accidentes', pero no se sentó en un banquillo por ninguno. Sólo, a punto de cumplir los 70, ingresó en prisión durante algunos meses por obstrucción a la justicia (en investigaciones a sus negocios) y desacato. '¡Que me detengan si incumplo una ley! ¡Pero primero que lo demuestren!', decía.
Llegó a ser presidente de La Comisión, una especie de tribunal mafioso creado en los años treinta para resolver las disputas entre las familias. En los sesenta, Carlo Gambino y Thomas Lucchese descubrieron que Bonanno pretendía acabar con ellos, pero el gánster que debía hacer el trabajo, Joseph Colombo, cantó. Bonanno era el gran capo del país y quería eliminar a cualquier aspirante a la sucesión. Para evitar que le ataran una roca a los pies en el fondo de un lago, Bonanno desapareció durante dos años. Luego dijo que había sido 'secuestrado' y no fue 'liberado' hasta que Gambino y Lucchese le dieron garantías de que le perdonaban. En esa época ya le habían puesto el apodo con el que se le conoce: Joe Bananas, un mote que odiaba. Nadie se atrevía a citarlo en su presencia.
'Sus valores y sus principios habrían sido los mismos si hubiera estado al frente de la Mafia o de General Motors', dijo su hijo, Salvatore Bonanno. Sus amigos aseguran que tenía buen carácter, algo nada despreciable en su trabajo. Como decía Al Capone, 'con una sonrisa se llega lejos, pero más lejos aún con una sonrisa y una pistola'.
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