Fuente 16 de junio de 2002
Más de cien coches fúnebres acompañan al último gran jefe de la Mafia neoyorquina hasta una tumba junto a Lucky Luciano
Vivió a lo grande y se despidió a lo grande. John Gotti, jefe de la familia mafiosa Gambino, fue enterrado ayer en un cementerio de Queens (Nueva York) con el exceso y la pompa del que todos conocían como el don elegante. Durante hora y media, una comitiva de cien coches fúnebres se despidió del barrio en el que vivió y trabajó ante la mirada atónita y nostálgica de sus habitantes. Gotti, de 61 años, el último gran jefe de la Mafia estadounidense, murió el pasado lunes de un cáncer de garganta en una cárcel de máxima seguridad de Misuri en la que cumplía cadena perpetua desde 1992.
Gigantescas composiciones florales con sus grandes aficiones abrían el cortejo fúnebre: un caballo de carreras, una copa de champaña, unas cartas de póquer, un puro habano, el símbolo del equipo de béisbol de los Yankees y unos guantes de boxeo en rosas y claveles que se iban esparciendo con el viento desfilaron en Cadillac negros. Detrás iba el féretro dorado de Gotti, en un sencillo coche de la funeraria Papavero, donde permaneció durante dos días. Cerraban la comitiva decenas de larguísimas limusinas negras de lunas tintadas.
Bajo un espeso cielo gris, la procesión pasó frente al Club de Caza y Pesca de Bergin, la organización sin fines de lucro que sirvió de fachada y albergó durante 30 años el cuartel general del capo. Allí acudía todo los días a recibir los informes de sus lugartenientes y a darse un corte de pelo, siempre pulcro, en una silla de barbero. El FBI instaló allí sus primeras escuchas cuando Gotti empezó a despuntar en la familia Gambino. Las cosas han cambiado. Ahora el club comparte la pequeña casa con la carnicería Joe, que 'acepta todo tipo de encargos de cordero'.
El cortejo pasó luego ante la casa de Gotti en Howard Beach, donde, en 1980, su hijo Frank, de 12 años, fue atropellado por un vecino del cual nada se supo una semana después. Frank compartirá ahora la gigantesca cripta familiar con su padre. La ceremonia privada, oficiada por un sacerdote, fue breve. No hubo misa. La familia prefirió no pedirla sabiendo que la diócesis de Brooklyn no se la concedería. La Igesia católica prefiere no honrar a mafiosos tan conocidos.
Gotti no estará del todo solo. El cementerio de St. John es una historia necrológica de la Mafia de Nueva York. Allí reposan algunos de los capos más conocidos: Lucky Luciano, el mítico jefe de los Genovese; uno de sus sucesores, Vito Genovese; Joe Colombo, jefe de la familia del mismo nombre, asesinado por los Gambino; Salvatore Maranzano, que en los años treinta creó el sistema de las cinco familias, ejecutado por orden de Luciano; Neill Dellacroce, uno de los jefes del clan Gambino y protector de Gotti, y Carmine Galante, máximo responsable de la familia Bonanno en los setenta.
Sólo unos familiares -entre ellos, su mujer Victoria, su hija Victoria y su hermano Richard- asistieron a la ceremonia. Sus otros dos hermanos, Peter y Gene, y su hijo John no consiguieron permisos para salir de la cárcel. El FBI se encargó de identificar al resto de los asistentes. Durante los dos días que duró el velatorio, una discreta vigilancia policial iba controlando la identidad de los que se acercaban a rendir un último tributo.
A Queens le dio un tremendo ataque de nostalgia. Muchos de sus habitantes se acercaron a presenciar la comitiva fúnebre fascinados por la parafernalia de otro tiempo. 'No justifico lo que ha hecho, pero ha sido un personaje en este barrio; siempre hemos oído hablar de él. He venido a recordarle, no a honrarle', decía una vecina. 'Esto es malo, malo. ¿Qué ejemplo estamos dando a nuestros hijos?', se quejaba el gerente del motel Grand, rodeado de sus empleadas polacas, boquiabiertas ante la comitiva y el tropel de fotógrafos y periodistas. Apenas se le oía por el ruido de los helicópteros de las televisiones. El don se habría sentido satisfecho.
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