En diciembre de 1946 se efectuó en la capital cubana uno de los más importantes encuentros de todos los capos mafiosos residentes en Estados Unidos y los que actuaban en Cuba. El evento es más relevante aún por ser presidido por uno de los más famosos Capo di Tutti di Capi del crimen organizado, Lucky Luciano, quien después de pasar varios años en prisión en ese país, tras ser indultado fue deportado a su tierra natal, Italia.
Luciano escogió a Cuba para realizar esa cumbre con todos los jefes de familias, por contar con la seguridad requerida para la misma, pues su consigliere Meyer Lansky había creado sólidas bases de sus grandes negocios, con la anuencia de la cúpula gubernamental del país. Los capos rindieron cuenta de sus actividades, de los problemas existentes y tomaron decisiones sobre los proyectos a realizar. Estas crónicas recogerán los antecedentes y el desarrollo de la reunión de aquellos tahúres en La Habana, tomado del libro del autor, Otro Jinete Apocalíptico / Una historia novelada sobre la mafia de EE.UU. en Cuba. Ediciones Unión y Letras Cubanas, 2004.
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EL VIAJE DE LUCKY LUCIANO A CUBA
En una fresca mañana otoñal de mediados de octubre de 1946, un avión particular bimotor, de cuatro plazas, sobrevolaba el litoral habanero del Oeste y las edificaciones de la zona a baja altura, en un claro intento de tomar pista luego de haber recibido el ok de la torre de control. Una vez en tierra realizó el taxeo reglamentario y se detuvo bastante alejado del edificio del aeropuerto militar, por donde pasaban los pasajeros de la línea comercial que operaba en el campamento castrense de Columbia, en La Habana, y a pocos metros de dos autos negros. Tras abrirse la puerta de la nave aérea, apareció un hombre de regular estatura con espejuelos de sol, elegante traje cruzado no muy oscuro, de solapa ancha, corbata floreada y sombrero de paño con el ala subida. A su encuentro se encaminó un hombre de menor estatura, vestido también a semejanza del viajero --pero en vez de corbata llevaba un lacito--, quienes se abrazaron efusivamente y con los rostros sonrientes.
--Qué alegría verte de nuevo, Charlie Lucky. -A mí también, Pequeño Meyer.
Se contemplaron mutuamente, intercambiaron frases intranscendentes por un momento y acto seguido se encaminaron hacia los autos. Antes de llegar, una persona se les acercó y Luciano le entregó su pasaporte; sería quien se encargaría del trámite aduanal. En la planilla de entrada al país anotó: Salvatore Lucania, comerciante norteamericano con importantes negocios en Cuba, procedente de México. No demoraron mucho en salir de aquel lugar y poco después los autos cruzaban la entrada del Hotel Nacional de Cuba y se adentraban en la corta y hermosa avenida de dos vías, dividida por un césped con sendas hileras de esbeltas palmas en su centro.
A ambos lados, variadas plantas tapiaban el muro del parqueo a un lado, y el campo de tenis al otro. Recorridos varias decenas de metros, el carro torció a la izquierda, los autos pasaron frente a la entrada principal y aparcaron a varios metros, al lado de la acera que da inicio a los escasos escalones del acceso a los huéspedes ilustres. Los cuatro guardaespaldas del segundo carro se desmontaron y abrieron las puertas traseras del primero. El gerente principal del hotel, Timoteo Ennis, de elevada estatura y fornido, esperaba en la acera de la entrada y saludó a los dos hombres que salieron del auto. Juntos ascendieron los pocos peldaños, cubiertos por una alfombra roja, entraron al hotel y tomaron uno de los dos elevadores. Una lujosa suite del segundo piso fue la escogida. El viajero entregó al gerente su pasaporte para que tomara los datos de inscripción, y éste se marchó.
Una vez que quedaron solos, Luciano y Lansky se asomaron a la ventana y el visitante dijo:
-Pequeño, ¡qué paisaje tan lindo...! Sabes que tantas palmas me recuerdan Miami... Y el mar, la bahía de Nápoles.
Para Luciano estaba muy presente ese bolsón de mar, pues lo solía contemplar en sus frecuentes visitas para cenar o coordinar sus negocios en los restaurantes Zi Teresa, Trasatlántico, o el Hotel Royal, los dos primeros a su orilla y el tercero al frente con el malecón de por medio.
--Sí, es una bella vista Me alegro que te sientas bien…
--Pero lo que más me agrada es que me siento verdaderamente libre, sin estar esposado, ni con alguien al lado cuidándome… ¡Ni en Italia me pude librar de eso! –expresó eufórico Luciano.
--En La Habana podemos ir adonde se nos antoje y hacer lo que nos de la gana --afirmó Meyer.
--Y lo más importante es que me encuentro a sólo noventa millas de Estados Unidos lo que quiere decir que prácticamente estoy allá --dijo Luciano.
Los capos se apartaron de la ventana y se acomodaron en los amplios asientos; Meyer sirvió hielo y whisky en dos vasos sobre el carro bar.
Hacía poco más de ocho meses que habían dejado de verse. Fue en la fría madrugada del 9 de febrero pasado, cuando Luciano partió en el barco hacia Italia, donde tenia que comenzar su forzado exilio, condición puesta por la justicia estadounidense para dejarlo en libertad de su larga condena. Los días que demoró el viaje desde New York, fueron de orgías. Las tres prostitutas que lo acompañaban se turnaban para compartir su cama, y cuando el capo se antojaba, el amor se hacia en grupo. También los dos hombres que lo protegían tuvieron sus noches de placer con las damas de compañía. La comida y las bebidas no faltaron, pues Lansky y Costello se encargaron de almacenar en el barco cantidades suficientes para satisfacer las exigencias de Lucky.
La noche antes de desembarcar en Génova, Luciano ofreció una espléndida recepción, pues quería arribar a su país natal con todas las de la ley. Sin embargo, lo recibieron como a un deportado peligroso, que no tendría la posibilidad de ir a vivir a donde quisiera, sólo en su lugar de nacimiento, el pequeño y abandonado poblado de Lercara Friddi, en Sicilia. No obstante, el mal rato que estaba pasando desde su llegada, se disipó cuando en la plaza de su pueblo le hicieron un recibimiento de hijo ilustre. Allí tendría que alojarse de momento en una humilde casa, hasta que lograra abandonar aquel lugar, horrible para él.
Pasadas algunas semanas, Charlie Lucky Luciano, quien se llamaba de nuevo Salvatore Lucania, su verdadero nombre, se las había agenciado para salir de su pueblucho natal y trasladarse a Palermo. También que lo dejaran visitar Nápoles y Roma, y comenzó a gestionar el viaje a Cuba. Días después se hizo de varios pasaportes con visados para viajar a distintos países de América Latina. El dios dinero lo podía todo. Sin embargo, tendría que esperar y hacer algo para no aburrirse. Se dedicó al mercado negro.
Su odiado Don Vitone Genovese, como él lo llamaba, le había proporcionado contactos con los que pudo montar el negocio, en especial los encargados de los almacenes de las fuerzas armadas estadounidenses en aquel territorio. Según el propio Luciano, hasta los curas aprendieron a hacerse de la vista gorda y algunos entraron en el negocio. La usura también le dejó grandes dividendos, pero no se atrevió a comerciar con la droga, pues se sabía bien vigilado. Su centro de operaciones fue la base naval de Nápoles, hasta que pudo comprar el permiso para trasladarse a Roma y permanecer allí sin tiempo limitado.
Pasado el meridiano de uno de los últimos días de agosto, Luciano había terminado de almorzar en el restaurante del afamado y lujoso Hotel ExcéIsior, de la Vía Veneto, y se encaminaba al elevador para subir a su habitación, cuando su guardaespaldas se le acercó y le entregó una nota; al terminar de leerla, muy interesado preguntó:
--¿Dónde está la persona que trajo esto?
De inmediato el hombre fue en busca del mensajero y se dirigieron a una mesa del espacioso bar. Allí, tras unas breves palabras, el mensajero puso en las manos de Luciano un sobre lacrado que éste abrió apresurado, extrajo un papel, lo desdobló y pudo leer: Diciembre --Hotel Nacional. --El camarero se acercó y le ordenaron dos capuchinos--. Además, le informaban que Bugsy Siegel seguía robando el dinero de la construcción del hotel en Las Vegas, que Genovese estaba actuando sin rendir cuentas a nadie y que aseguraba que Luciano no regresaría más a New York. La misiva era de Lansky.
LUCKY LUCIANO EN LA HABANA
Una vez que el capo mayor le ha contado a su consigliere todas las peripecias desde que partió deportado de Estados Unidos para Italia, hasta que llegó su aviso de que el encuentro sería en la capital cubana, éste se interesó por conocer cómo pudo realizar el periplo sin ser interceptado por el Buró Federal de Investigaciones de EE.UU.
--¿Cómo hiciste el viaje, Lucky? ¿Tú crees que el FBI no sepa de tu salida de Italia...?
--Tan pronto recibí tu carta comencé a preparar el viaje y al inicio del mes pasado salí de Nápoles en barco, acompañado por dos hombres, hasta Venezuela... Pagué bien para que nadie se enterara. En Caracas estuve unos días precisamente para comprobar si me chequeaban, y cuando vi que no, saqué pasaje para México...
--En barco o avión...?
--En avión. En Ciudad México volví a cerciorarme de que los sabuesos no me seguían la pista y pasados unos días te puse el cable para que me esperaras --tomó un cigarrillo y lo prendió--, alquilé un avión particular y vine para La Habana, nada más con uno de mis acompañantes. EI otro regresó a Italia.
--Parece que el FBI se ha olvidado de tu verdadero nombre.
--Por lo menos no me molestaron. EI recorrido ha sido largo y un poco molesto, pero ya estoy aquí... Bueno, dime, qué has hecho para poder quedarme en La Habana... --Luciano hizo una pausa, se sirvió un poco de hielo y whisky en su vaso, y agregó--: Sé que tengo que esperar, que el único que me puede dejar entrar en Estados Unidos es Tom Dewey cuando gane en las elecciones, que bastante lo apoyamos, ¿no? Por eso quiero mantenerme en Cuba.
--Todo está arreglado para que puedas residir acá sin problemas. Desde el presidente Grau hasta su último funcionario, los tenemos en nuestras manos... EI ministro de Gobernación, Alfredo Pequeño, ha firmado un documento en el que automáticamente cada seis meses te hacen una prórroga por otro tiempo igual. Ahora, lo único necesario es que te mantengas lo menos visible que puedas. Creo que seria bueno que te mudaras para una casa... –Lansky dejó de hablar, tomó un trago y añadió-: Nuestros amigos tienen vista una residencia espléndida en un reparto de lujo, donde viven muchas familias cubanas y americanas ricas. Debes verla y si te gusta, te mudas para allá, si no, buscamos otra...
--Está bien, pero vamos a hablar de la reunión con los jefes de familias.
Luciano estuvo de acuerdo en que las fechas navideñas eran la más propicias, dado que mucha gente se tomaba esos días para vacaciones y viajes.
--Así nuestros amigos del FBI se vendrán a enterar de la reunión después de que la hagamos --dijo.
Posteriormente, Lansky le explicó con más detalle lo que estaba haciendo Bugsy y le aseguró que su mujer, Virginia Hill, de la que el capo estaba locamente enamorado, había logrado que él hiciera lo que ella deseara. Sobre todo dándose una vida millonaria. Cuando hablaron de Genovese, el pequeño dijo:
--Mira Lucky, hay un poco de exageración en lo que te han mandado a decir, aunque entre Vito y Anastasia la tirantez es muy grande por lo de la droga; también Vito ha dicho que si tú no regresas, él se hará cargo de tu zona en New York... Pero que si tú lo haces, él no seria capaz de hacer nada de eso.
--A ese hijo de puta voy a tener que partirle los huesos para que no sea tan ambicioso... Yo sé que él está loco porque yo no vuelva a New York para ser el Capo di Tutti Capi, pero se va a coger las nalgas con la puerta, porque yo voy a volver y nadie va a poder impedirlo.
Sin embargo, lo que ignoraba Luciano era precisamente que quien se encargaría de que él no regresara a Estados Unidos, y de que lo hicieran volver a Italia, era nada menos su consigliere, quien lo escuchaba atentamente, muy regocijado por dentro.
Lansky le dijo que Amadeo Barletta y Amleto Battisti --de quienes Luciano tenía referencia-- lo atenderían en su ausencia; que él regresaría a Estados Unidos para hablar con cada jefe de familia, y que los citaría para el 20 de diciembre. Si algunos preferían venir antes, lo podrían hacer, igual que quedarse más tiempo después de la reunión y disfrutar de La Habana a su antojo.
Antes de la semana, Luciano se mudó para una amplia y vistosa residencia estilo español, en la calle 3ra. esquina a 30, con bellos jardines y lujosa decoración interior, en el exclusivo reparto Miramar, barrio de las familias cubanas y estadounidenses de grandes recursos económicos. Los empleados de la cocina, limpieza, jardineros, mayordomo, fueron escogidos por Barletta, quien también se encargaba de abastecerla con todo lo necesario. Con Lucky se mantuvo el guardaespaldas que lo acompaña desde Italia, aunque le situaron cuatro cubanos: Miguel Cabeza, apodado Gorrión, César Vega, Armando Feo y El Gallego Baliña, que se rotaban en la casa, manejaban, o lo acompañan en sus salidas. Otros que trabajaron con el capo fueron Miguel García, también llamado EI Gallego, Miguelito Hechagurra, y le manejaba Sungo Carreras, facilitado por Indalecio Pertierre, más conocido por Neno, director del Hipódrorno y del Jockey Club, de quien el negro, ex jugador de béisbol, era su amante. Todos hablaban inglés.
Visitas asiduas a la New morada de Luciano eran Barletta y Battisti, por medio de los cuales el capo conoció a los viejos socios José Manuel Casanova, Julio Lobo y Laureano Falla Gutiérrez, y también a los nuevos, Carlos, Antonio y Paco Prío. Otros personeros del gobierno y ejecutivos de importantes negocios nacionales y estadounidenses se añadieron al círculo de relaciones del señor capo. En los primeros días, sus dos anfitriones lo acompañaban a los distintos centros de diversiones de la capital, y le buscaban las mujeres que Luciano seleccionaba en los cabarets, o en los álbunes de prostitutas de las casas de la afamada Marina. Después, las salidas las hacía en compañía de algunos de los guardaespaldas.
El tiempo hasta que se efectuara la reunión de los capos lo invirtió Luciano en frecuentar los bares famosos, entre éstos, El Floridita, donde intercambió saludos con Hemingway, ya famoso escritor. “Pero según él mismo había de escribirlo más tarde, su interés primordial por aquel sitio no se fundaba tanto en la bebida y la comida, como en el deseo de encontrarse con la corriente tormentosa de los compatriotas suyos que pasaban por la ciudad. "Eran gentes de todos los estados de la Unión y de muchos lugares donde uno ha residido --escribió--: marineros de la Armada, navegantes..., tahúres, diplomáticos, aspirantes a literatos..., sujetos que serán asesinados dentro de una semana o de un año..." (Gabriel García Márquez. Prólogo del libro Hemingway en Cuba)
También visitaba el Hipódromo y su Jockey Club, el Gran Casino Nacional, así como los existentes en hoteles o cabarets, el jai alai, las peleas de boxeo, de gallos, y cuando era posible, salía de pesquería. Gustaba ir al Slopy's Joés bar, frente al Hotel Plaza, a comer sus ricos emparedados. Por todas estas actividades sus relaciones personales fueron muchas, con lo que desoía las indicaciones de su consigliere. A pesar de que Luciano indagó acerca de los negocios de la mafia cubana, no pudo conocer sobre el contrabando de la droga existente.
A partir de la segunda quincena de diciembre, algunos capomafiosos enviaron a sus hombres de confianza para comprobar si era cierta la seguridad que, según Lansky, existía en La Habana. Y de todos ellos, el primero en aparecer fue precisamente Vito Genovese; no había terminado de ocupar su habitación en el Hotel Nacional, cuando llamó a Luciano para ir a visitarlo. La premura de ese encuentro la consideró Luciano como señal premonitoria de problemas, más aún con lo que ya le fuera informado por Costello, aunque recordaba que Meyer le había adelantado algunos de los detalles.
Sin embargo, de manera afectuosa el capo mayor invitó a Vito a que fuera a almorzar a su casa en Miramar, y al encontrarse ambos se deshicieron en elogios mutuos. Hacia cerca de una década que no se veían, y escondieron muy bien sus respectivos venenos interiores. En fin, que hasta los más irreconciliables enemigos sienten curiosidad de verse cuando ha pasado tanto tiempo.
LLEGAN LOS CAPOS A LA HABANA
Es evidente que mientras el consigliere, Meyer Lansky, con su séquito de la mayor confianza se preocupaba y ocupaba de todos los detalles para que la reunión se llevara a cabo y todos los interesados asistieran, en ese ínterin de espera por su llegada, el Capi di Tutti Capi, Lucky Luciano, había disfrutado de los encantos de la hermosa Habana bañada por las aguas de la corriente del Golfo.
Fue a partir de la segunda quincena de diciembre de 1946 que Luciano y Lansky lo subordinaron todo a estar atentos a la llegada de los principales jefes de los turbios negocios, a muchos de los cuales no veía personalmente el Capi di Tutti Capi, desde hacía varios años, por motivo de su encarcelamiento. El primero en arribar fue Vito Genovese, quien como hemos visto fue invitado a almorzar por el capo mayor en su residencia de Miramar. Terminado el convite se trasladan del comedor para continuar la charla.
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La sobremesa se desarrolló sentados en el arreglado jardín, donde algunos rayos solares los alcanzaban. Agotadas todas las cortesías, Genovese en tono grave se refirió a Albert Anastasia --también llamado Albert el Grande--, al que consideraba peligroso para los negocios de las familias, debido a que se había propuesto matar al jefe del Buró Antidroga, Harry Anslinger, por haberse dedicado a investigar el contrabando de narcóticos.
—Mira, Vito, tu problema real no es lo que le pase a Anslinger, sino que temes que Albert te quite el negocio de las drogas, en el que tú mismo lo metiste... Pero de todos modos considero como tú que sería un grave error hacer eso... Yo me encargaré de evitarlo...
—¿Y qué garantiza que no lo haga? Tú sabes que Anastasia es incontrolable, y que liquidar a alguien es para él lo normal.
—Ya te dije que me encargaré de que Albert no haga esa locura, no me hables más del terna --el tono, de Luciano era visiblemente serio. Sin embargo, Vito insistió:
—Charlie, creo que con su actuación, Anastasia es muy peligroso para la Unione Siciliana... Debemos discutirlo en la reunión y apartarlo, pues a la larga tendríamos que actuar de otra manera contra él
—Para Luciano quedaba claro que Vito quería eliminar a Anastasia, pero para sus planes de regreso éste era de más confianza que el propio Genovese, y por lo pronto no podía aceptar la sugerencia de sacarlo de escena y mucho menos, matarlo. Dijo que a ningún jefe de familia que estuviera presente se le podía juzgar. La ley de la mafia decide la suerte del acusado sin su presencia y sin darle oportunidad a defenderse. Consciente Vito de que por esa vía no lograría su objetivo, decidió ir a fondo. Lucky no tuvo dudas de que, para llegar a este punto, su rival debió tener el consentimiento de otros capos.
—Oye Lucky, ¿tú crees que puedas regresar a Estados Unidos para seguir dirigiendo la organización?
—Por supuesto que lo haré...
—Mira, hace mucho tiempo que estás ausente y las cosas no son las mismas, hay cambios diariamente y tú los desconoces... --Hizo una pausa, se puso de pie, dio varios pasos y al regresar manifestó muy seriamente-: Mira, Charlie, yo considero que debes renunciar… O sea, retirarte, te aseguro que no te faltará el dinero que necesites en Italia, pero no debes volver a Estados Unidos, yo me encargaría de la organización... Me parece que es una buena propuesta que debes aceptar.
Aunque Luciano sabía del valor de Genovese, no pensó que fuera capaz de hacerle semejante proposición. Tuvo ganas de matarlo allí mismo. No obstante, se controló, pues hacerlo hubiera provocado que la reunión no se diera, y para Luciano ésta era vital, por lo que dio una respuesta sensata con una sonrisa a flor de labios, que Vito no esperaba.
—Parece que olvidaste que en la reunión de Chicago el título de Capo di Tutti Capi quedó abolido nominalmente, pero no de hecho... Aunque es posible que sí lo adquiera, pues veo que hace falta para que recuerdes que sí lo soy, y en caso de abandonarlo, como tú deseas, no será por tu petición... Si no quieres desagradarme, no me repitas nunca más semejante proposición.
Después de aquella respuesta, Genovese se puso de pie y pidió a su anfitrión que lo regresara al hotel. Por la noche, Lucky comentó con Meyer la conversación con Vito. La respuesta del Pequeño se concretó en la siguiente expresión, cargada de la mayor hipocresía:
—No hay duda de que nuestro viejo amigo se ha olvidado de quién tú eres, y de que ninguno de los jefes de familias, ni tu consigliere, jamás te traicionarán.
Luciano, emocionado, se puso de pie, besó en cada mejilla a Lansky y expresó:
—Toda mi vida he sabido que si hay una persona que nunca me traicionaría, eres tú, Pequeño.
Desde días antes de la fecha del encuentro de los capomafiosos, las medidas de seguridad comenzaron a tomarse y todos los invitados eran recibidos en el aeropuerto de Boyeros, o en el militar del campamento de Columbia, donde operaba Aerovías Q., por el propio Lansky, o por personas de su confianza conocedoras de los invitados. También se encargaban de que los trámites migratorios de aquellos "hombres de negocios" estadounidenses fueran rápidos. Cada jefe de familia tenía a su disposición los autos que necesitara. Las primeras cuatro plantas del regio Hotel Nacional y el salón de reuniones estaban reservadas, al punto de que nadie más tenía acceso a esa área, en especial los periodistas, durante los días de estancia de los mafiosos.
Inclusive, algunos de los empleados fueron sustituidos por personal que se trajo de Estados Unidos, como se había acordado. Ninguno de los capos apareció con mujeres; lo establecido fue que, de hacerlo, las mandaran a buscar después de finalizada la reunión. En los hoteles Sevilla Biltmore e Inglaterra se hospedó parte del personal que acompañaba a los capos.
Fue una norma que cada capo visitara a Luciano en su residencia en Miramar, tan pronto se hubieran alojado en el hotel. Con ese gesto le ratificaban su reconocimiento como Capo di Tutti Capi, a quien podían acudir en cualquier momento para solicitarle orientación, consejos para futuros negocios, y algo muy importante y especial, hacerle patente la lealtad, formalidad indispensable para estos encumbrados monarcas del hampa. Luciano se sentía eufórico con ese gesto y estaba muy seguro de que todos continuaría aceptándolo como jefe de jefes. Así lo comentó con Lansky, su consigliere, quien actuó como el intermediario de cada entrevista. Nunca supo Luciano, sin embargo, que esa demostración había sido preparada por el Pequeño, con el propósito de que Lucky creyera en la inamovilidad de su jerarquía y que permaneciera dentro de su urna rnegalómana.
EL BANQUETE: FRANK SINATRA CANTA A LOS MAFIOSOS
En la fresca noche del 21 de diciembre de 1946, a los huéspedes que pretendieron visitar los locales del ala izquierda de la primera planta, hasta el cuarto piso del Hotel Nacional, en La Habana, no les fue permitido. Mientras, además, observaban con cierta extrañeza a numerosos hombres elegantemente vestidos, con rostros serios, por todo el recinto hotelero y dentro de los elevadores. Si los más suspicaces pensaron que alguna delegación de gobernantes extranjeros estaba reunida --ya que desde, su inauguración el distinguido hotel era utilizado para esos encuentros-, acertaron en cuanto a la procedencia de los que allí se encontraban y que eran gobernantes, pero erraron en cuanto, a la institución. De saberlo, habrían abandonado el hotel.
La decoración del salón Ball Room era fastuosa, y de buen gusto. En un conjunto de mesas unidas en forma de herradura se destacaban los adornos florales y las cintas multicolores, la fina vajilla de cerámica inglesa y cristal de murano, los cubiertos de plata y las blancas servilletas. Todo con el sello dorado HNC. El menú fue confeccionado con mariscos y pescado, las bebidas y las frutas eran de las más exquisitas, capaces de satisfacer el más exigente de los gustos. En ambos extremos había pequeñas credenzas, con bebidas, frutas, cubetas con hielo, paquetes de cigarrillos y cajas de los mejores tabacos cubanos. También, comida sobre chaffandriles.
Cuando entraron los invitados al banquete, una pequeña orquesta cuyos integrantes habían venido de New York para animar la noche, interpretaba bellas melodías italianas y sajonas. Y un grupo de sirvientes con llamativos uniformes, encabezados por el maitre Enrique Galván, con los camareros Obdulio Colmenero, Fernando Pérez, Camilo Palacio, Oscar Tabosa y López Cujil, sirvieron los tragos que pedían.
Era el banquete de bienvenida que brindaba el Capo di Tutti Capi a todos los jefes de las familias mafiosas estadounidenses y cubanas. Todos vestían elegantes trajes color oscuro, azul, gris, algunos a rayas; camisas de seda brillante o satín, corbatas de color entero con alfileres enjoyados, aunque algunos llevaban lazos; gemelos de oro, anillos y relojes costosos. Todo ello era una especie de uniforme de los mafiosos. Se comunicaban en inglés, aunque en ocasiones lo hacían en italiano.
Casi todos los que iban llegando daban la impresión de ser vasallos del gran monarca. Los jefes de mayor nivel abrazaban y besaban a Luciano, mientras los de menor jerarquía se alegraban con hacerle reverencias al inclinarse antes de tomarle la mano y estrechársela. No cabía duda, hacían acto de presencia para jurar lealtad y reafirmarle que era el jefe de jefes, el Capo di Tutti Capi. Semejaba aquello el senado imperial, donde los asuntos estatales y la ética de conducta no estaban escritos, por el contrario, debían ser sobreentendidos, lo que significaba que los juramentos se realizaban bajo la amenaza de la pena capital, y las confabulaciones eran algo natural, donde el recurso del poder era producto de la simbiosis entre la sangre familiar, la simpatía personal y el crimen.
Pero no todos los que respondieron a la citación lo habían hecho para jurarle lealtad, y Lucky lo sabia. Sabia también que los besos y abrazos eran obligados para no descubrir su antipatía hacia él. Entre ellos estaban Vito Genovese, Carlos Gambino y sus seguidores. A una señal de Luciano, los comensales comenzaron a ocupar asientos.
De inmediato los ágiles jóvenes, llamados mochilas, entre los que se encontraban Jorge Jorge, Pepito Melendrera y Domingo Hernández, fueron llenando las copas para el agua. Todos los que prestaron servicio esa noche eran cubanos, pero ninguno sabía quiénes eran los comensales. Para ellos se trataba de un grupo de ítaloamericanos que habían venido a Cuba para hacer negocios.
En la cabecera principal de la mesa se encontraba Charlie Lucky Luciano --quien había indicado a sus colegas que lo llamaran por su nombre verdadero: Salvatore Lucania---. A su derecha e izquierda, Lansky, Costello, Genovese y Adonis. En las otras butacas se acomodaron Albert Anastasia, Tommy Lucchese, Joe Bonano, Joe Profacii, Giuseppe Magliocco, Mike Miranda, Willie Moreti y Augie Pisano de New York y New Jersey; Steve Magaddino, de Buffalo; de Chicago, Tony Accardo y los hermanos Charlie y Ronco Fischetti, representantes y herederos los dos últimos de AI Capone, quien no asistió a la reunión por encontrarse enfermo de muerte en su residencia en Miami, luego de haber salido de la prisión. De New Orlans, Carlos Macello y "Dandy Phil' Kastel; de Florida, Santos Trafficanti padre, quien a veces utilizaba los nombres de Doc Harris o Baldy Stacher y era el segundo de Lansky en todos los negocios, y de Cuba, Amadeo Barletta y Amleto Battisti.
Como invitado especial, el ahijado de la mafia, Frank Sinatra, quien había allanado su camino al estrellato por el dinero e influencias de Luciano a través de los hermanos Fischetti. La presencia del cantante fue motivo de atención para los pocos curiosos que lo vieron, a los que la administración dijo que un grupo de amigos y hombres de negocios habían querido homenajearlo. Lo curioso es que no permitieron que la prensa se hiciera eco, ni de su presencia, ni de las razones. Como tampoco de aquel festín.
Los demás lugares estaban ocupados por los consejeros y asistentes de los invitados, unos setenta en total. Una parte de los guardaespaldas permanecían detrás de sus jefes --no sólo para su protección, sino para servirles en caso de cualquier ocurrencia--, y la otra parte, fuera de la sala. EI ambiente festivo era palpable en los rostros de aquellos "importantes señores de negocios", como rezaba en la carpeta del hotel.
Antes de terminar el convite, los jefes de familias o sus representantes, cumpliendo con las normas de la organización mafiosa, situaron encima de la mesa, delante de Luciano, los sobres llenos de dinero, como símbolo de respeto y lealtad a su jerarquía. A su mente acudió la vez que, en 1932, en Chicago, durante un encuentro similar, rechazó un regalo millonario. Aquel, empero, no fue más que uno de sus acostumbrados gestos demagógicos, de los que tal vez estuviera secretamente arrepentido toda su vida.
Terminada la cena, los más deliciosos dulces, pasteles y helados dieron el toque final al festín. La noche no tuvo discursos, pues era sólo para corner y beber. Algunos tomaron una copilla de licores digestivos, y otros continuaron con sus tragos fuertes. Unas tazas de aromático café criollo --aunque algunos lo tomaron al estilo norteño--, fue el punto final. De inmediato los sirvientes ofrecieron en bandejas de plata los famosos puros cubanos, y al poco rato una fina capa de humo opacaba un tanto la rutilante decoración del salón.
El magnífico cantante, acompañado por la orquesta, hizo gala de sus dotes musicales y, además de vocalizar su mejor repertorio, complació todas las peticiones de aquel público tan importante para él. La fiesta de los mafiosos en el Hotel Nacional se prolongó hasta la media madrugada del 22 de diciembre de 1946, y a Sinatra se le afectó un poco la voz. Más de una vez repitió la bella canción de moda, Night and Day, y también interpretó Five Minutes More; Saturday-Night; I Noseam Of You y Mom´Sella, de las películas Leven Anclas y AI Filo de la Navaja, respectivamente. En esta ocasión los papeles se invirtieron, pues los fascinados no eran los asistentes al privado concierto, sino la estrella del espectáculo. Para Sinatra, ellos eran sus ídolos.
Allí, en la capital del archipiélago mayor del Caribe, se había reunido la flor y nata del crimen organizado en Estados Unidos y Cuba, con la anuencia y complicidad del Gobierno de este país. Los que hubiesen logrado observar el regocijo en la cara de los asistentes, no hubieran podido diferenciarlo de la celebración de una festividad común.
Lansky hizo un recorrido con la vista a cada uno de los presentes y advirtió que sólo faltaban dos mafiosos de los de aquellos años iniciales en el mundo del hampa: Bugsy Siegel, que para él fue su primer compañero, de fechorías, cuando ambos aún eran adolescentes, pero que no fue invitado por estar pendiente de juicio convocado por la organización debido al mal manejo del dinero de las familias, conflicto que figuraba en la agenda de la reunión de los capos, y AI Capone, a quien por su mortal dolencia, le fue imposible asistir. Pero allí se encontraban la mayoría de los capos de las borgatas o brugad, con sus consigliere, sottocapos y algunos de sus caporegime o capodecine, en fin, los más importantes protagonistas de la oscura historia de la Mafia o Cosa Nostra desde la década de los veinte en Estados Unidos y Cuba.
COMIENZA LA REUNIÓN
La fiesta de los mafiosos en el Hotel Nacional se prolongó hasta la media madrugada del 22 de diciembre de 1946. Todos se mostraban muy satisfechos, pero en Lansky había preocupación porque su peculiar olfato le alertaba de que se avecinaba una guerra entre los presentes, ante lo cual, si no actuaba con inteligencia, lo perdería todo, hasta la vida.
A media tarde, en el mismo salón, las mesas se encontraban tal y como estaban la noche anterior –sin las locerías y cubiertos. Sólo con botellas, cubetas de hielo, bandejas de bocillos, aceitunas y cestas con frutas--, pero en esta ocasión solamente ocupaban las sillas los jefes de familias y los representantes de los ausentes. Los asistentes y guardaespaldas permanecieron afuera. Horas antes, Lansky había llevado a cabo la legalización de Luciano como asociado del Gran Casino Nacional, en manos de los mafiosos desde 1934. Ciento cincuenta mil dólares había sido el precio.
En sus primeras palabras, Luciano expresó desde su asiento:
—Les agradezco a todos el haber acudido a mi llamado y el agasajo que me han ofrecido. Con ese dinero compré acciones en el Casino Nacional, lo que me permite justificar mi presencia en Cuba durante el tiempo que necesito para arreglar mi regreso a Estados Unidos... Mientras, dirigiré la organización desde esta ciudad.
Al escucharlo, Meyer Lansky reafirmó lo que ya sabía desde mucho antes: Luciano no pensaba nombrar aún su sucesor y continuaba siendo el desmedido ambicioso de siempre. Mientras el Pequeño meditaba, Anastasia pidió la palabra y puesto de pie dijo:
—Perdona la interrupción, Lucky, pero necesito que todos me oigan antes de seguir. Lo aceptes o no, tú eres el Capi di Tutti Capi y si alguno de los presentes no está de acuerdo, quisiera que lo expresara aquí, ahora...
Al terminar de hablar, Anastasia miró fijamente a Genovese, buscando una respuesta. Pero un largo silencio aseveró la frase de que "el que calla otorga". Ni Vito ni ningún otro se atrevió a pronunciarse en contra. Luciano había logrado, sin tener que decirlo él, que lo ratificaran como monarca del hampa.
Posteriormente se trató el asunto de los que invadían territorios de otras familias sin las debidas autorizaciones, lo que tendía a originar verdaderas guerras, con fatales consecuencias para la organización. Luciano hizo un llamado al respeto mutuo y a eliminar los celos hacia los negocios de los demás. Salieron a relucir las ganancias de cada cual y verificaron una vez más que eran sobradamente suficientes para considerarse ricos, por lo que eran inconcebibles envidias de esa índole entre ellos. El consenso fue de no aspirar a los bienes de los demás. Ambos asuntos tomaron algún tiempo y el capo mayor se sentía satisfecho.
Donde la reunión algo no funcionó como él quiso y fue precisamente cuando le tocó el turno al asunto de la droga. Aunque todos conocían que Genovese era el que más comerciaba asociado a Gambino, los demás también lo hacían en menor escala, pero todos ignoraban el vínculo entre Lansky y Gambino. Los hipócritas argumentos de Lucky contra el tráfico de estupefacientes eran como palabras huecas, especialmente para él mismo. Durante su intervención, Vito lo miraba y Luciano sabía por qué. Estaba seguro de que si recibía el apoyo de los demás contra la droga, Genovese diría las razones de por qué el capo mayor no había aceptado este negocio cuando se lo propusieron. Pero no hizo falta, Vito había hablado con la mayoría de los colegas presentes. Finalmente, por consejo de Costello y convencido de que era cierto lo que le decían, Luciano expresó con un dejo de insatisfacción:
—Pueden estar seguros de que yo nunca me opondré a la mayoría... Pero quiero decirles que la actividad de la droga es muy peligrosa y sobre todo para mí, pues de seguro ese bastardo de Anslinger me coronará como el monarca de los narcóticos.
Hubo un receso para ir al baño y estirar las piernas. Al reinicio del cónclave, Lansky expuso la situación de Bugsy Siegel. A manera de introducción hizo un poco de historia del por qué este colega se había metido en Las Vegas:
—La idea de Bugsy es convertir ese desierto en una ciudad casino... Fue autorizado y se le dio dinero para empezar a construir el primer hotel, que se llamará Flamingo… Inicialmente se le entregó un millón de dólares y todos los contactos para conseguir los materiales de construcción, escasos debido a la guerra. Eso fue tres años atrás, luego dijo que necesitaba más dinero y ha llegado a la suma de seis millones, sin contar lo que ha pedido a otros amigos, a los que se ha asociado, sin consultarnos. El caso es que el hotel hasta el día de hoy no se ha terminado...
—¿Cuál es la razón de que no se haya terminado? -preguntó Rocco Fischetti, representante de Capone.
—Sencillamente porque su mujer Virginia Hill, que algunos de ustedes conocen bien, lo tiene bastante trastocado y sometido a sus caprichos, o sea, que le ha gastado una buena parte del dinero y lo que es peor... —Meyer hizo una pausa para sacar unos papeles de un portafolio, los leyó y agregó—: Por nuestros amigos en Suiza conocimos que la gastadora señora ha alquilado un buen apartamento, ha provisto su guardarropa del más costoso vestuario y tiene depositados cerca de cuatrocientos mil dólares en un banco do ese país.
—Entonces, ¿Siegel se está preparando para desaparecer de América en cualquier momento? -indagó Stove Magaddino, de Buffalo.
—Es evidente que esté preparando su retirada en caso de que el hotel no se termine, y vayamos a pedirle cuentas --respondió Lansky.
—Entonces, ¿qué haremos con él? —preguntó Augic Pisano, de New York.
—Un ladrón que roba a la Unione Siciliana tiene que ser liquidado —enfatizó Lansky con dureza.
Fue unánime la votación para ejecutar a Bugsy Siegel, pero el propio Meyer propuso esperar hasta el 26 de diciembre, día para el que estaba anunciada la inauguración del famoso Flamingo, lo que fue aceptado por todos. Esta sugerencia de Lansky estaba dirigida a patentizar que, a pesar de haber sido él quien había realizado todas las investigaciones y propuesto su asesinato, también estaba otorgando una New oportunidad a su amigo querido de la infancia. Meyer sabía muy bien que la inauguración en esa fecha no era posible. Un avezado informante le había alertado de que cualquier espectáculo en tan distante lugar y en esa fecha, sería un seguro fracaso.
El asunto de Siegel duró varias horas y cuando lo dieron por terminado, ya de noche, cada uno se retiró a su habitación, donde tomaron una ducha caliente, se cambiaron de ropa y volvieron a encontrarse en el mismo salón para la cena, otra vez amenizada por Frank Sinatra, especialmente invitado para el convite. Los diligentes gastronómicos no dejaron de hacer gala de su profesionalismo, que fue recompensado con espléndidas propinas.
En el encuentro de la tarde del 23 se analizaron las dimensiones de cada zona y se hizo hincapié nuevamente en el llamado a no inmiscuirse en territorios ajenos. Otro tema analizado fue la idea de Lansky de convertir al Caribe en el centro de juego más grande del mundo, teniendo a Cuba como eje central. El Pequeño había visitado Isla de Pinos, al Sur de la capital, y consideró que era el lugar perfecto para convertirlo en un Montecarlo internacional. Hablaba de un plan más grande que el de Las Vegas, lo que requería una inversión de muchos millones de dólares. La discusión tomó bastante tiempo y no se llegó a un acuerdo final, ya que muchos de los mafiosos no querían invertir su dinero fuera de Estados Unidos.
Finalmente se concluyó que los negocios en Cuba estuvieran solamente en manos de Lansky, con la asistencia de Santos Trafficanti en unión de Amadeo Barletta y Amleto Battisti. Luciano mantendría sus acciones en este país solamente en los negocios del juego de azar y en los de ese tipo que se establecieran en el Caribe.
IMPORTANTES ACUERDOS
En los siguientes días 24 y 25 debatieron colectivamente los métodos de trabajo y las relaciones con los políticos, jueces y policías y otras cuestiones relacionadas con el desenvolvimiento y consolidación de la mafia. Ese tema fue tratado por Costello. También en la segunda planta Luciano y Lansky sostuvieron conversaciones individuales con todos los que las solicitaron, o con quienes se hizo necesario. Sólo quedaba esperar hasta ver si el día 26 se inauguraba finalmente el Hotel Flamingo, en Las Vegas. Ya muchas de las mujeres o amigas de los capos habían arribado a La Habana, y su agradable compañía alivió considerablemente la tensión de las reuniones.
La noche del 25, la celebración de la fiesta de Navidad tuvo el mismo esplendor que la ofrecida durante la recepción y Sinatra volvió a cantar las bellas melodías que embelesaban a las damas. En espera de alguna noticia sobre la apertura del Flamingo, se encontraron una vez más en el acogedor y exclusivo salón. Si en La Habana había un clima algo frío en las nocturnas horas del 26, en Las Vegas, rodeada por el desierto, la temperatura era mucho más baja y además, acompañada de lluvia. A pesar de que el elenco artístico contratado para los festejos de la inauguración contaba con afamadas estrellas, como Xavier Cugat con su banda, George Raft, Jimmy Durante, y de conductor Geoge Jessel, la casi total ausencia del público selló el fracaso de la apertura y por ende, la muerte de Bugsy Siegel.
El disgusto invadió a todos los capomafiosos e inclusive algunos pidieron ir a matarlo esa misma noche, pero se les persuadió de que Las Vegas estaba muy lejos. Esa tarea se la dieron a Charlie Fischetti, de Chicago, para la cual éste a su vez instruyó a Jack Dragna, segundo de Siegel en la administración del hotel, la persona de la que menos podía sospechar el susodicho. El asesino no puso reparo alguno, pues no era nada personal, ya que su amistad con su Jefe era grande. Luciano y Lansky fueron los que hablaron con Fischetti. Pero el Pequeño solicitó un nuevo aplazamiento, no para perdonar a Bugsy, sino porque era necesario tratar de recuperar el dinero robado y encauzar el negocio, para lo que se hacia necesario que éste permaneciera con vida hasta que quedara resuelto el problema.
Sin embargo, el hecho más grave de la madrugada del 27 sucedió cuando luego de la cena de despedida, Genovese, quien se notaba un poco ebrio, al advertir que Luciano se retiraba, le dijo que necesitaba hablar con él. Ambos se dirigieron a la suite del primero, sin otra compañía. Un cambio de miradas entre Lucky y Anastasia hizo que éste esperara unos minutos y subiera al piso de Vito. Se acercó a la puerta de la suite y pudo escuchar que estaban discutiendo dentro.
—iYo no tengo que entregarte ningún negocio en Italia, porque yo me voy a quedar en Cuba y luego iré a Estados Unidos!
—Tú no podrás regresar más a ese país... En Washington ya saben que ustedes aquí y van a exigirle al gobierno cubano que tienen que deportarte nuevamente para Italia...
Luciano montó en cólera y comenzó a golpear a Vito, mientras gritaba:
—iCerdo, hijo de puta! iSi lo saben es porque tú lo informarte! iPerro miserable, y lo hiciste porque quieres sustituirme...
—iTú sí eres un bandido ambicioso que quiere quedarse con todo, y un criminal que mandas a matar a los que te estorban...! —respondió Vito furioso, mientras trataba de defenderse.
En ese instante entró Anastasia, pues la puerta no estaba cerrada con llave y se unió a la golpiza. No demoró mucho en que Vito cayera al suelo inconsciente. Y sólo transcurrieron unos segundos para que apareciera Lansky, quien se había dado cuenta del movimiento de los tres capos y presintiendo algo, subió al lugar de la escena. Tocó fuertemente, ya que la puerta para ese entonces tena pasada la llave, y gritó.
—iAbran, soy yo, Meyer...! i Abran...!
Anastasia le abrió. AI ver Meyer a Genovese tirado en el suelo y a Luciano pateándolo, gritó:
—iCalma, no sigan! Luciano, Anastasia, se han vuelto locos...! iEsto puede costarles muy caro, si se enteran los demás miembros de la organización!
Esas últimas palabras hicieron volver a la cordura a Luciano. Era cierto lo que decía el Pequeño. Agredir a un jefe de familia estaba prohibido en las reglas mafiosas y hacerlo acarrearía graves consecuencias. Levantaron a Genovese y lo tendieron en la cama. Luciano explicó a Meyer la razón de lo ocurrido. Realmente Vito no lo había denunciado, sólo trataba de atemorizarlo para que desistiera de regresar a Estados Unidos, pero Lansky acaba de advertir que, si el capo mayor había creído a Vito un delator, lo dejaría a él fuera de toda sospecha a pesar de que sí pensaba hacerlo cuando pasara un tiempo de la reunión en La Habana.
Lansky llamó a Barletta y éste se encargó de buscar un médico amigo, quien reconoció a Vito y le diagnosticó tres costillas fracturadas, amén de varios golpes por el cuerpo. Sus atacantes se habían cuidado bien de no tocarle el rostro. EI galeno recomendó guardar cama por varios días y se hizo saber a los que quisieron despedirse de Vito, que éste había sufrido un repentino ataque de gripe muy contagiosa, por lo que el doctor recomendaba que no recibiera visitas, para evitar otros enfermos. La historia no fue muy creíble, pero viniendo del capo mayor y de su consigliere, era aceptada. Bajo amenazas, Genovese y sus acompañantes se quedaron callados: en La Habana no podían hacer otra cosa. Ya tendrían tiempo para la venganza.
A criterio de Luciano, sus problemas finalizaron conjuntamente con la terminación del año. Bien equivocado estaba, pues Genovese no olvidó la paliza, si bien es cierto que no lo dio a conocer a los demás. Tan pronto como se recuperó, comenzó a preparar la venganza. Comenzaría porque deportaran a Luciano de Cuba, con lo que eliminaría toda posibilidad de un regreso a Estados Unidos. Para ello, tendría que hacerle llegar al jefe del Buró Antidroga, Harry Anslinger, todos los elementos de la estancia de Luciano y los nombres de los gobernantes que lo protegían. Para obtener esto último tendría que contar con alguien muy bien relacionado con Lansky, y ese hombre era Carlos Gambino.
Lo que ignoraban Genovese y los demás capomafiosos, era que el consigliere, por su cuenta, proporcionaría los nombres y cargos de los protectores del capo mayor, pero lo haría cuando supiera que Vito había iniciado sus gestiones, y eso él lo conocería cuando Gambino se interesara en el asunto. Aunque éste estaba asociado a Lansky en el negocio de la droga, tendría mucho cuidado en que, al decirle lo que interesaba a Genovese, no se diera cuenta de que lo había hecho con ese propósito. Seria muy fácil dar a conocer que Lucky estaba viviendo en La Habana, ya que su vanidosa megalomanía lo iba a facilitar.
LUCKY LUCIANO SE QUEDA EN CUBA
Una vez que los capomafiosos y su comitiva se marcharon de La Habana, Luciano sostuvo una conversación con su consigliere en el jardín de la residencia de Miramar, donde podían hablar sin ser escuchados por nadie. En short y camisas floreadas se sentaron en cómodas sillas alrededor de una mesa redonda, con base de hierro en forma de arabesco y con cubierta de cristal, donde había una botella de whisky, varias con agua y cubetas de hielo, más una bandeja con algunos bocadillos.
—Me alegro de que hayas aceptado entrar en el negocio de las drogas... Independientemente de que tú no quieras saber nada de Vito, parece que tenía razón cuando te dijo que ese sería el negocio del futuro...
—Es cierto que ese hijo de puta tenía razón, pero no cuando lo dijo a finales del año treinta y dos —Lansky sabía que esa no fue la razón—. No obstante, Pequeño, los demás miembros de la organización no pueden enterarse de que yo me he metido en eso. Por lo menos, hasta que no pase un buen tiempo.
—No te preocupes. Ellos me han pedido que trate de convencerte, y yo les dije que lo haría, así que no se sorprenderán cuando lo sepan.
—Pero recuerda que hay que esperar a que yo te avise... Tenemos que mandar a Italia a un hombre de confianza para que establezca los contactos y comiencen a enviamos la mercancía.
Es un hecho cierto que con la participación del capo mayor se incrementó grandemente la entrada y el consumo de las drogas en Cuba, Estados Unidos y otros países del continente americano. El tema que volvieron a tocar fue la idea de convertir a Isla de Pinos en el Montecarlo internacional, de lo que Luciano no estaba muy convencido. También puntualizaron en cuáles países del Caribe incursionarían primero para explotar los juegos de azar. El Pequeño, que conocía muy bien a su compañero delincuencial de la infancia, se percataba cada vez más de que la obsesión de Luciano era volver a Estados Unidos; las demás cosas era secundarias, por no decir que no le interesaban.
Fue esa la razón por la que finalmente Lansky propuso esperar un tiempo más para decidir si abrirían los negocios en esos lugares. En el fondo, el consigliere quería ganar tiempo, pues estaba seguro de que al capo mayor pronto lo sacarían de Cuba.
Tampoco le informó de un nuevo negocio: Battisti le había hablado de las grandes posibilidades de iniciar el tráfico de joyas, procedentes de Holanda, uno de los centros internacionales de la talla de piedras preciosas. Este negocio lo había acordado con el matrimonio Rubin, joyeros de oficio, quienes habían huido del nazismo y cargaron con ellos los equipos para ese trabajo. La propuesta fue aceptada y de inmediato se hicieron todos los trámites para iniciar el contrabando de tan valioso y fructífero renglón.
La presencia de Luciano obligó a Lansky a advertirles a Barletta y a Battisti que solamente podían informarle de los negocios del juego, la bolsa negra y la droga, en el que acababa de entrar. Los demás, donde también tenían acciones, permanecerían como un secreto entre ellos tres. De manera sutil, el Pequeño insinuó que a Lucky le había dañado el cargo de Capo di Tutti Capi y que sus ambiciones cada día eran mayores, lo mismo que sus gastos. Por tal razón los jefes de familias le ocultaban los nuevos negocios que realizaban.
Para Luciano estaba claro que la única posibilidad de volver a Estados Unidos radicaba en la elección de Tom Dewey a la presidencia. Él estaba seguro de que si una vez pudo sobornar al antiguo fiscal y ahora gobernador de New York, lo pudiese volver a hacer. Pero para esa posibilidad había que esperar dos años y que en ese momento le ganara al candidato, y actual presidente, Harry Truman.
Sintiéndose seguro en La Habana por la protección oficial, Luciano amplió su círculo de relaciones y fueron más frecuentes sus participaciones en actividades sociales, así como en las que él mismo brindaba. Algunas de esas personas llegaron a conocer que Salvatore Lucania era el famoso Charlie Lucky Luciano, y como en ese marco semejante especie de la fauna del hampa era algo novedoso y bienvenido, se desvivían por conocerlo y, de ser posible, por poder posar a su lado, en busca de un imperecedero y honroso souvenir. Y la vanidad de Luciano era tanta que hacia cualquier cosa por "brillar" en ese ambiente. Aunque sabía que esas superficialidades podían traerle grandes perjuicios, cuando Lansky lo aconsejaba al respecto, alegaba:
—Pequeño, es que no puedo decir que no... Me halaga codearme con personas de la alta sociedad y de los importantes clubes... Ellos me hacen sentirme como en mis buenos tiempos, antes de que me condenaran... Ya estoy cansado de codearme con raqueteros...
—Pero lo que estás haciendo te va a traer problemas, y además, recuerda que los raqueteros te hicieron rico y te siguen aportando más dinero... —respondió Lansky con cierta sorna, pues se sentía aludido. Y lo estaba.
Las salidas de Luciano eran como las de cualquier turista de paso, nunca con el fin de conocer a fondo los sitios por donde pasaba, consciente de que su estancia era transitoria. Se le solía ver en el Roof Garden, el bar, o el Patio Sevillano del Hotel Sevilla Biltmore, donde en unión de alguna dama y teniendo de anfitrión a Amleto Battisti le gustaba escuchar al cantante boricua Daniel Santos. En otras ocasiones lo acompañaba Lansky, quien prefería el piano y las canciones de Bola de Nieve. Pero Lucky seguía visitando los centros de diversión más famosos de La Habana, entre los que se encontraban el Tropicana, Sans Souci y Montmartre, donde actuaban los más famosos artistas; también gustaba del lujoso Tally Ho, de 23 y J, en el vedado, para tomar el mejor de todos los whiskys.
Como lo había pensado Lansky, Gambino comenzó a preguntarle acerca de sus contactos con los gobernantes cubanos y éste, fingiendo ignorar con qué fin quería saberlo, le fue revelando ciertos nombres y cargos. Por otro lado, de manera indirecta puso en conocimiento del periodista Henry Wallace que Salvatore Lucania era Charlie Lucky Luciano. Con ese dato en la mano, en la primera oportunidad en que coincidió con el capo mayor en uno de los tantos cocktails en el Jockey Club, al que asistía el periodista, éste aprovechó que la mujer que acompañaba a Lucky se levantó y fue al baño, para encaminarse hacia él; muy respetuoso, se le presentó:
--Señor, soy el periodista Henry Wallace, que hago reportajes para varios diarios de Estados Unidos, en especial para los de New York.
--Mucho gusto… Salvatore Lucania, comerciante americano. —En qué puedo servirle...?
--Bueno, estoy interesado en escribir sobre usted y sus negocios en Cuba —respondió con marcada ironía Wallace.
--Creo que no va ser posible, porque yo no doy entrevistas.
--¿Es acaso que le preocupa que en Estados Unidos sepan que usted está en La Habana, señor Luciano?
Luciano miró con disgusto al periodista. A su mente vino de inmediato el chantaje, que en esos casos se resuelven con dinero. Pero a él ningún mequetrefe lo iba a chantajear, y menos en Cuba. Hizo una seña con la mano y dos hombres llegaron a su mesa.
—Este caballero me está molestando... Enséñenle que eso no se debe hacer en estos lugares —dijo Luciano un poco molesto.
Los hombres agarraron al reportero por ambos brazos y lo obligaron a salir. Una vez fuera, Wallece increpó a los guardaespaldas y recibió un par de bofetadas. Si fue un error no atender y ponerse de acuerdo con el periodista, mucho más lo fue agredirlo. No cabía duda de que este señor iba a reportar la presencia de Luciano en La Habana, pero para pronto crédito a su escrito necesitaba fotos del personaje en algún lugar conocido de la capital cubana; para lograrlo, dijo a los fotógrafos que cubrían los clubes, cabarets o casinos, que pagaría muy bien cualquier toma de Luciano, solo o acompañado. Antes había mandado a buscar fotos de éste aparecidas en la prensa estadounidense, y se las entregó para que pudieran identificarlo.
LANSKY VUELVE A SACAR DE ESCENA A LUCIANO
El trabajito no resultó fácil, pues Lucky, alertado con el incidente, se ausentó de esos lugares y cuando asistía no aceptaba que le tomaran fotos. Pero Lansky, que conocía bien las debilidades del capo mayor, instruyó a Battisti para que le presentaran a alguna bella mujer, preferiblemente norteamericana. Así fue como conoció a Beverly Paterno, una bella joven que el más exigente de los mortales hubiera deseado tenerla a su lado. Muy pronto las medidas de precaución de Lucky para no ser fotografiado se olvidaron, pues a la muchacha le encantaba ver su nombre y figura publicados en la prensa junto con el adinerado capo.
En una de esas continuas noches de diversiones visitaron el Roof Garden, en el noveno piso del Sevilla Biltmore, desde el cual se apreciaba una bella vista nocturna de la capital habanera, en especial de la bahía, donde las luces de los barcos zarpados parecían flotar en el agua y era visible el haz luminoso del faro del Morro. AI bajarse del auto Luciano y Bervely elegantemente vestidos, fueron recibidos por Amleto Battisti y juntos tomaron el ascensor. EI anfitrión lo condujo a través del lujoso salón a la mesa que tenía reservada, pues de antemano supo que el capo mayor quería disfrutar del espectáculo.
Luego de compartir unos minutos con la pareja, Battisti se retiró. Cerca de la mesa permanecieron dos dependientes a su entera disposición, quienes se esmeraban en la atención, debido a que siempre la propina era elevada. Todo fue muy agradable para la pareja, el exquisito menú y la fina bebida, y en especial la actuación de la extraordinaria cantante Rita Montaner y el también intérprete y pianista Bola de Nieve.
Finalizado el espectáculo, la pareja bailó y se veían felices; ella era una profesional y, al parecer, él se dejaba querer. Cuando volvieron a la mesa, se les acercó un fotógrafo; inicialmente Luciano le dijo que no, pero la bella acompañante insistió y la cámara funcionó varias veces. Estas escenas se repitieron mientras bailaban y en otros sitios habaneros.
Es de suponer que a los pocos días el jefe del Buró Antidrogas, Harry Anslingers, viera en los diarios la sonriente cara y lo bien acompañado que estaba en La Habana --según sus informes-- el mayor responsable de la introducción de los narcóticos en Estados Unidos, Charlie Lucky Luciano. Para obtener mayores pruebas, Anslingers envió un par de agentes a la capital cubana, los que ratificaron lo que había aparecido en la prensa sobre la presencia de Luciano en La Habana. De inmediato el alto funcionario atacó y, por medio del embajador estadounidense, solicitó su expulsión del cercano vecino.
Luciano envió un mensaje a Lansky, que se encontraba por esa fecha en New York, para que visitara al ex primer mandatario cubano, Batista, en su fastuosa residencia en Daytona Beach, Miami, con el fin de que moviera sus hilos con los gobernantes estadounidenses. Sin embargo, en la entrevista, en la que también participó el consigliere de Fulgencio, Andrés Morales del Castillo, Lansky nada habló del tema Luciano; por el contrario, fue Batista quien le pidió que hablaran con Prío, ahora Ministro de Trabajo y seguro candidato a la presidencia por la coalición auténtica en las próximas elecciones, para que lo dejara regresar a Cuba en caso de ser elegido, ya que con Grau no se atrevía a hacerlo, temeroso de las organizaciones que se estaban tomando la justicia por su cuenta. El ex castrense cubano manifestó que le dijeran a Prío que su único propósito de volver a Cuba era con la intención de fundar un diario que abogaría por el beneficio del pueblo.
Como se esperaba, el primer mandatario cubano no dio curso a la petición del jefe del Buró de Narcóticos. Entonces el Ministro de Gobernación, Alfredo Pequeño, declaró "Luciano es una persona peligrosa y un perjuro, de eso podemos estar seguros. Pero sus documentos están en perfecto orden". Ante la negativa cubana, el gobierno estadounidense decretó un bloqueo de medicinas y drogas para su fabricación en Cuba, medida que causó gran revuelo, pues se trataba de medicamentos indispensables. El ministro de Salubridad de la isla, José R. Andréu --quien recibió dinero de Luciano--, por su parte, alegaba que los tratados internacionales no podían permitir la suspensión de las ventas de drogas medicinales y declaró a la prensa:
"Nosotros nos resistiremos a la presión americana para cortar suministros cubanos de drogas legítimas".
Luciano mandó a buscar a Lansky y a Costello. EI Pequeño explicó al capo mayor que Batista no podía hacer nada y que seguramente Grau estaría en la misma situación si los norteamericanos lo presionaban. De todas formas, el Capo di Tutti Capi le insistió en que hablara con Prío, que seguía siendo el enlace con el Presidente.
Había una gran posibilidad de que los organismos internacionales exigieran a Estados Unidos la suspensión de la medida, pero Anslingers tenía muy buenas cartas en la mano. Por medio de su embajador, Henri Norweb, hizo conocer al presidente Grau que si seguían oponiéndose a la deportación de Luciano, publicarían en los propios Estados Unidos y en Cuba la relación de los nombres y cargos de los protectores del mafioso. AI mandatario cubano no le quedó más remedio que ordenar la deportación. Como es de suponer temía, con toda razón, que su nombre y el de Carlos Prío encabezaran el listado.
LUCIANO ES DEPORTADO DE CUBA
Terminaba de sentarse para almorzar y saboreaba un aperitivo en el confortable restaurante EI Carmelo, de El Vedado, acompañado por dos de sus escoltas, cuando se acercaron a la mesa Cándido de la Torre y Erundino Vilela, segundo jefe e inspector respectivamente de la Policía Secreta. Los saludos fueron cordiales por ambas partes.
—Me imagino a lo que vienen... No importa, sé que Grau y Prío hicieron lo que pudieron, pero Cuba es un país muy pequeño para enfrentarse a ese gigantón americano... --dijo con cierta nostalgia Luciano.
—Puede estar seguro de eso. Pero nosotros venimos a decirle, de parte de Prío, que van hacer una proposición al jefe del Buró Antidrogas para que permitan su traslado a Venezuela, donde le podemos conseguir la residencia sin problema --expuso Cándido.
—Me agrada la idea, pero preferiría que buscaran otro país por esta zona del Caribe... Lo que yo quiero es estar cerca de Estados Unidos hasta las próximas elecciones. De ganar Dewey, seguro que podré regresar.
—Yo creo que esa solución no la rechazarán... Por ahora nosotros informaremos que usted está bajo arresto domiciliario... Por supuesto, puede ir a donde quiera, aunque sería bueno de que en su casa siempre sepan dónde usted está, en caso de que tengamos que localizarlo... Usted sabe, esos señores son capaces de enviar nuevamente a sus agentes para comprobar lo que decimos —dijo Cándido.
—No se preocupen, no los haré quedar mal... Bien, yo iba a almorzar... Los invito y seguimos hablando.
—Dos días más tarde se recibió la respuesta del caso. Anslingers hizo declaraciones a la prensa calificándolo de peligroso para su país mientras permaneciera en América, por lo que reiteró la solicitud de su expulsión de Cuba y se negó que Luciano fuera a Venezuela u otra nación de América Latina; ratificó que tendría que regresar a Italia o, de lo contrario, se mantendría el bloqueo a las medicinas y se publicaría la lista de sus protectores. Además, exigió que su deportación se realizara en el primer barco que saliera para Italia directamente sin escala y, mientras tanto, que debía permanecer en la prisión adonde eran enviados los extranjeros que habían de ser deportados.
—El presidente Grau habló con Prío sobre el tema con preocupación por la posibilidad de perder la abultada bolsa que Luciano les daría si podía quedarse en Cuba, pero éste lo calmó al decirle:
—No se preocupe, Presidente, Lansky se entrevistó conmigo y me dijo que lo mejor para sus negocios, y para todos, es que no se quede en Cuba ni en otro país de América. Me aseguró que todo seguiría igual, incluyendo el dinero para las elecciones, que usted sabe que es aparte...
—Luciano pasó de su flamante residencia a una habitación sencilla en Tiscornia, pero sin carencia de nada y manteniendo sus salidas nocturnas en compañía de algunos de sus amigos, entre ellos Antonio o Paco Prío, Barletta, Battisti, Herrera, De la Torre y Eufemio Fernández. A pesar de todas las comodidades y libertades del preso, éste lo que deseaba era evitar la deportación e insistía a Lansky de que para ello no escatimara el dinero. El Pequeño, que se encontraba en Estados Unidos, le respondía que el problema no era de dinero, pues Vito ya había desembolsillado grandes cantidades para evitar su regreso, y que por lo tanto nada era posible hacer.
Por otro lado, el más acérrimo enemigo del gobierno, denunciante de todas las inmoralidades que éste cometía, y a la vez el de mayor arraigo popular, el senador Eduardo Chibás, presidente del Partido Ortodoxo, el 16 de marzo de 1947, en su escuchada hora radial a las ocho de la noche de cada domingo, se refirió, como una prueba más contra la corrupción gubernamental, al terna en cuestión:
“El grado de descomposición a que han llegado muchos funcionarios lo da el caso de Lucky Luciano, durante largos años el rey de las drogas, la prostitución y el juego en Norteamérica, que lleva seis meses en Cuba dedicado a sus ilícitas actividades bajo la protección de altas autoridades, con las que está asociado...”
Continuó denunciando Chibás que el capo del hampa internacional, auxiliado por un grupo de pistoleros profesionales, cuya relación de nombres ofrecía detalladamente, hospedados casi todos en el Hotel Nacional, dirigía el juego en el Jockey Club y el Casino Nacional, había organizado a la perfección el tráfico ilegal de drogas con Estados Unidos y estaba en vías de controlar la prostitución en el país. Se refirió también a que el gobierno cubano estaba poniendo trabas a la expulsión de Luciano de Cuba:
“…A mi juicio, Luciano no ha sido presentado a los tribunales de justicia para evitar que revele los nombres de sus asociados cubanos, entre los cuales la opinión pública señala al hermano dilecto del primer ministro del Gobierno y al comandante Pablo Suárez, que reside en el propio Palacio Presidencial”.
Aunque lo dicho por Chibas era cierto, evidentemente el fogoso político sólo tenía pocos elementos de la actuación de Luciano y no poseía la información completa. Sin embargo, su denuncia obligaría al gobierno a sacar a Luciano lo más pronto posible. EI apodo de Lucky (Afortunado) ya no le pegaba, pues todos lo habían abandonado.
En la noche del 19 de marzo de 1947, conducido por el jefe de la Policía Secreta, Benito Herrera y el subinspector Erundino Vilela, el destronado Capi di Tutti Capi hacia su entrada al barco Bakir, de bandera turca. El capitán de la nave y otros oficiales a bordo lo recibieron y también estaban dos de sus guardaespaldas, Miguel Gorrión y Armando Feo, quienes se habían adelantado para llevar su equipaje y revisar el camarote asignado.
En esta oportunidad, la despedida tuvo lugar el día anterior en su casa de Miramar, estando presentes sus buenos amigos cubanos, entre ellos los tres hermanos Prío Socarras, Alfredo Pequeño, José R. Andréu, Tony Varona, Amadeo Barletta, Amleto Battisti, José Manuel Casanova, Julio Lobo, Benito Herrera, Eufemio Fernández, Rolando Masferrer, aunque ninguno del grupo de los siete y otros viejos compañeros de fechorías lo acompañaban esta vez; tampoco estarían en el barco como cuando partió del puerto neoyorquino. Sus únicos interlocutores serian Herrera y Vilela, hasta que alcanzara las tres millas del límite marítimo de Cuba.
Para Vito Genovese, quien pagó una buenas cantidades de dinero a los encargados del caso de Luciano en Estados Unidos con el fin de evitar su permanencia en Cuba, se había cumplido la primera parte de su venganza; quedaba ahora esperar para la segunda y definitiva, liquidar a Luciano, pero por el momento, para sus aspiraciones de apoderarse del trono del hampa, el destronado monarca ya no era obstáculo. Sin embargo, para alcanzar esa meta tendrá que eliminar a los capos más allegados a Luciano, pues estaba conciente de que no estarían de acuerdo en que él fuera el nuevo Capo di Tutti Capi, principalmente Anastasia, el más peligroso y de gran poder, quien además se atrevió a golpearlo en unión de Luciano.
Con relación a Lansky, una vez liquidados los principales escollos, trataría de convencerlo para hacerlo su consigliere, pues estaba consciente de su talento; si no aceptaba, habría que liquidarlo también. Genovese y ningún otro capo allegado podían imaginar que Meyer era en realidad su enemigo más peligroso. Muy astuto e inteligente, actuaba en la sombra, y fue el verdadero autor de sacar a Luciano de la escena en las dos ocasiones —primero, cuando lo condenaron a prisión fue él quien hiciera llegar las pruebas para sancionarlo, en 1939—, pues esto significaba para él librarse de la égida ya molesta y peligrosa de su amigo y compañero delincuencial de toda su vida. Con lo cual podría llevar a cabo sus grandes proyectos en Cuba, pues Luciano tendrá que residir solamente en Italia.
Paradójicamente, quien lo bautizara con el sobrenombre de Afortunado (Lucky), se estaba encargando, con mucha habilidad y buenos resultados, de que ya no hubiera razón para seguir llamándolo de esa manera.
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