En la totalidad de los tres scripts de El Padrino, nadie pronuncia una sola vez la palabra Mafia. Fue, al parecer, una imposición a Francis Ford Coppola, provocada por algún tipo de demanda en tal sentido, presentada por alguna de las varias asociaciones de italonorteamericanos que existen en Estados Unidos. Y es que la Mafia es un algo poderoso, a la vez que atractivo. Y bastante universal pues, a pesar de ser un fenómeno de nacimiento en Italia y desarrollo fundamentalmente en los Estados Unidos, su desarrollo a través de todo un subgénero fílmico ha hecho que, de una forma o de otra, todos sepamos un poco de los mafiosos.
Sin embargo, cuando uno lee libros en los que los mafiosos hablan en primera persona (os recomiendo, por ejemplo, Murder machine, escrito por Gene Mustain y Jerry Capeci, libro basado sobre todo en las confesiones de Dominick Montiglio, integrado dentro de la banda de Carlo Gambino; me temo que no hay versión en español), éstos se suelen burlar de esas pelis. Especialmente de El Padrino, saga que los mafiosos suelen considerar falsaria y exagerada. Por lo que yo sé, en parte no les falta razón. Todo parece indicar que en los argumentos inventados por Mario Puzo hay alguna que otra cagada. Por ejemplo, la matanza perpetrada por Joy Zasa (Joe Mantegna) en Atlantic City (El Padrino III); una acción que podrá servir para que Andy García se luzca montando a caballo cuando se carga a Zasa; pero que es, simple y llanamente, inconcebible dentro del Sindicato del Crimen.
Y es que el crimen organizado es algo bastante complejo de comprender. Una realidad dentro de la cual caben situaciones muy diversas y variadas, algunas de ellas incluso incongruentes. Las pelis, por necesidad, tienen que ser de lectura simple, y eso hace que cometan errores al describir esta realidad. La realidad está mucho mejor expresada, como casi siempre, en los libros.
Hoy quiero traeros aquí la historia, o lo que yo sé de la historia, de cómo nació el crimen organizado en los Estados Unidos.
El Sindicato del Crimen nació en 1932, en un hotel de Nueva York. Fue, fundamentalmente, invento de Albert Capone, el italiano que un día emigró de Nueva York a Chicago y, una vez allí, se dedicó a barrer pacientemente a las bandas irlandesas que dominaban la ciudad. Al Capone era un hombre extraordinariamente sanguinario, pero también era un calculador muy frío. En los años treinta, se dio cuenta de dos cosas: una, que la Ley Seca no duraría siempre, así pues los negocios no podrían basarse eternamente en el contrabando de alcohol. Y dos, que la Mafia tal y como se conocía hasta entonces estaba condenada al fracaso.
Los primeros mafiosos llegados a Estados Unidos eran los mafiosos sicilianos y, en menor medida, calabreses o napolitanos, que ya lo eran en Italia. Para los sicilianos, la creación de un Estado italiano unificado no fue muy buena noticia, así pues muchos tomaron las de Villadiego o, mejor dicho, las de Nueva York. Pero, una vez en EEUU, mantuvieron sus principales costumbres. La primera, el numerus clausus racial, esto es: nadie que no fuese siciliano podía entrar en la Mafia (y medio siglo después, la regla sigue vigente en Goodfellas, para mi gusto la mejor película jamás filmada sobre el crimen organizado). La segunda, la rivalidad entre bandas. Porque la ética mafiosa es la ley del más fuerte: si yo chuleo a mis prostitutas en la acera izquierda y tú chuleas a las tuyas en la derecha, entonces es claro que un día vamos a hacer tú y yo que las navajas hablen, y el que quede vivo chuleará las dos aceras.
En sus comienzos, además, las organizaciones criminales italianas no se organizaron demasiado. Son los tiempos de la denominada Mano Negra, a la que pertenece Don Fanucci, el mafioso a quien Vito Corleone se carga en sus primeros años en América, según se nos refiere en el flashback de la segunda parte de El Padrino. La Mano Negra no fue una organización como tal. Se la conocía así porque quienes escribían cartas extorsionando a los inmigrantes italianos las firmaban con un dibujo de una mano negra. Pero, en realidad, nunca hubo una organización centralizada, como demostró claramente el que quizás fue el primer policía de Nueva York que investigó seriamente a la Mafia: el teniente Joe Petrosino.
A Capone ninguna de las dos reglas de funcionamiento de la Mafia le servía. La primera, porque sabía que su fuerza se basaba en contratar para sí los mejores pistoleros, y el mejor pistolero no tiene por qué ser necesariamente siciliano. La segunda, porque un sistema de selección natural es, como dicen los mafiosos del cine, malo para el negocio.
En realidad, no fue exactamente Capone quien inventó el Sindicato. En realidad, según se dice, fue Johnny Torrio. Torrio fue, durante los años previos a la Ley Seca, un mafioso de medio pelo pero, sin embargo, con la llegada de la prohibición fue enviado a Chicago para gestionar allí los intereses de un capo conocido como Big Jim Colosimo. No obstante, Torrio quería volar solo y fue por eso que, tras unos tratos con su amigo Frankie Yale (en su día lugarteniente de Masseria) logró, digamos, quitarse de encima a Big Jim. Una vez que tuvo libertad de acción, se trajo a Capone a Chicago.
Fue durante aquellos años chicaguianos, cuando Torrio vivió en primera persona el estrecho cerco al que fue sometido Capone (entre otros por el famoso Elliot Ness y sus untouchables), cuando Torrio comenzó a maquinar la mejor manera de conseguir que la bofia dejase en paz a los mafiosos. Y llegó a la conclusión de que la solución estaba en matar lo menos posible; en hacer pasta pero sin dar demasiados problemas.
Así pues, Capone inventó el Sindicato del Crimen, que se basa en un crimen organizado, es decir en una estructura de criminales, respetada por todos ellos, en la que había un centro directivo formado por los cappi o jefes, que asimismo eran jefes de otros jefes, que eran jefes de otros jefes y estos de los soldados; un poco al estilo de las legiones romanas, nos dice Frankie Pentangelli (Michael V. Gazzo) en la segunda parte de El Padrino.
Las grandes novedades del Sindicato del Crimen, que lo hicieron superior a la Mafia, son dos:
1) Un estricto reparto de los territorios, merced al cual cada banda recibía la designación de ciertos lindes dentro de los cuales sólo ellos podían ejercer su actividad.
2) Una estricta regulación de los asesinatos. Nadie perteneciente al Sindicato podía ser asesinado por nadie sin permiso del Consejo Director, el cual solía concederlo después de un juicio en el que el acusado tenía las garantías habituales (alguien que lo defendiese, llamar testigos, etc.) Si recordáis, el psicópata Tommy de Vito (Joe Pesci) se mete en un lío de mil demonios en Goodfellas precisamente por cargarse a un miembro del Sindicato, Billy Batts (Frank Vincent; por cierto, un excelente actor de comedia, que en esta peli lo borda, porque nadie, absolutamente nadie, sabe dirigir actores como Martin Scorsese). Finalmente, Pesci será ejecutado y, tras volarle la tapa de los sesos, Vinnie (Charles Scorsese) declamará: «Venganza cumplida». O, lo que es lo mismo: a ver si te enteras, mamón, que en el Sindicato nadie mata a nadie sin permiso.
Para estos nuevos criminales, los mafiosi de toda la vida eran unos caducos. Los llamaban «los tíos de la barra de hierro» (por la afición que tenían a dar palizas con ella) o «los bigotudos» (porque, en un gesto ya entonces anticuado, solían llevar bigotes historiados, al estilo del que porta Daniel Day Lewis en Gangs of New York. Al frente de esta Mafia tradicional estaba primero Ignazio Saieta, más conocido como Il Lupo (El Lobo) y,más tarde, Giuseppe Masseria. Masseria llegó a la categoría de Amo de Nueva York al viejo estilo de la Mafia, es decir cargándose a sus oponentes, como hizo con Umberto Valenti. Sin embargo, lo que don Giuseppe no esperaba es que la oposición le fuese naciendo en su propio seno. Necesitado de lugartenientes para gestionar negocios cada vez más complejos, Masseria acabó seleccionado para ser su hombre en el bajo Manhattan a un siciliano con pocos escrúpulos llamado Carlo Lucania o, como le llamaban en América, Charlie Lucky Luciano.
Mientras trabajaba para Masseria, Luciano trababa conocimiento con otros mafiosos con nuevos criterios. Es el caso de Lepke y su socio Gurrah, o de la sociedad que ya entonces formaban el dandy Bugsy Siegel (que con el tiempo acabaría poco menos que inventando Las Vegas) y Meyer Lansky, personaje en el que está directamente inspirado el de Hyman Roth de la segunda parte de El Padrino (de hecho Lansky vivió, al final de sus días, una odisea muy parecida a la de Roth en la película, viajando de un país a otro y siendo expulsado de todos).
A Massseria le gustaba Lucky. Le sabía hacer la pelota y, además, era muy bueno en lo suyo. Así pues, solían cenar juntos. En abril de 1931, más o menos mientras en España nacía la II República, Lucky invitó a su jefe a cenar a uno de sus restaurantes preferidos, Scarpato's. Esa noche, Masseria comió como un elefante y bebió como Tiburcio. Casi ni se dio cuenta de que el restaurante se iba vaciando. Cuando ya estuvo vacío, Luciano se excusó y se fue al lavabo. Mientras se lavaba las manos, tres tipos entraron en el restaurante y le metieron a Masseria veinte balas en el cuerpo.
La Mafia había muerto. Y había nacido el Sindicato.
O no del todo. Para sorpresa de propios y extraños, y sobre todo de la Unione Siciliana fundada por Luciano y que era la sala de máquinas del Sindicato, un grupo de delincuentes se aferró todavía a la vieja guardia. Eran los llamados Greaser o Handlebar Guys, y estaban dirigidos por un tipo terrible: Salvatore Marrizano, a veces conocido también como Maranzano.
Al principio, Charlie Lucky Luciano creyó a Maranzano cuando éste le prometió una especie de no beligerancia. Pero entonces estalló uno de los grandes conflictos de los negocios criminales de aquellos tiempos, es decir el conflicto de la Amalgamated, donde varias facciones, cada una apoyada por distintos pistoleros, lucharon por hacerse con el control de aquella empresa, que era una especie de Zara de la época. Una de las facciones, la de Philip Orlovsky, contrató a una de las bandas del Sindicato, la de Lepke. Sydney Hillman, el otro contendiente, respondió contratando a Maranzano. Hubo tiroteos. Quedó bastante claro que éste estaba intentando hacerse con todo el pastel.
Las tres partes de El Padrino tienen varias cosas en común. Quizá el nexo más claro es que todas las películas, las tres, terminan con una matanza, con una serie de acciones en las que muere un montón de gente, en general de mala manera. Yo estoy convencido de que esas matanzas de final de película las inventó Mario Puzo inspirándose con la matanza del 11 de septiembre de 1931, la más audaz operación jamás organizada por la fría mente de Luciano.
El 11 de septiembre por la tarde, cinco hombres penetraron en las oficinas de Salvatore Maranzano en el Grand Central Building de Nueva York. Comandaba la partida uno de los tipos más sanguinarios de aquella partida, Bo Weinberg, el siniestro pistolero de Arthur Fregenheimer, más conocido como Dutch Schulz. Lo acompañaban un asesino de la banda de Sieger y Lansky y otros dos sicarios de Longy Zwillman, magnate de los bajos fondos de New Jersey, más un quinto hombre que no fue identificado. O sea: el Sindicato del Crimen en estado puro. Varias bandas colaborando para acabar con otra.
Los cinco hombres se hicieron pasar por policías. Los doce guardaespaldas de Maranzano se dejaron colocar de espaldas a la pared. Varios de los asesinos entraron entonces en el despacho de Maranzano, le pegaron dos tiros y le cortaron el cuello.
Más o menos en el momento en que esto estaba ocurriendo, entre treinta y cuarenta jefes menores de la vieja Mafia estaban siendo asesinados en distintos puntos de Estados Unidos. Luciano había cumplido su palabra. Los Greaser habían dejado de existir.
Finalmente, el Sindicato del Crimen quedó formado (en Nueva York; además, hay que tener en cuenta a Capone) por los denominados Seis Grandes aunque, en realidad, eran siete:
En primer lugar estaba Frank Costello, considerado el jefe, un hombre que había hecho una gran fortuna con la Ley Seca y que tuvo la inteligencia de ver antes que nadie las posibilidades de explotar el negocio del juego. Se trasladó pronto a Nueva Orleans, desde donde comandaba el sindicato.
Luego estaba Charlie Lucky Luciano, el poder mafioso por definición, el fundador de la temible Unione Siciliana.
Joey Adonis, un auténtico especialista en cultivar las relaciones políticas.
Lepke y Gurrah, asesinos a sueldo que, además, explotaban el negocio de la extorsión a empresarios.
Bugsy Siegel y Meyer Lansky.
Abner Longy Zwillman.
Y, por último, Dutch Schultz.
Pero Schultz moriría pronto. Y moriría a manos de ese Sindicato al que pertenecía. Y la razón de que lo matasen fue que quería matar... a un fiscal que estaba metiendo mafiosos en la cárcel.
¿Difícil de entender? Bienvenidos a la poliédrica realidad del crimen organizado.
A ver si un día tengo tiempo y ganas, y vosotros paciencia, de escribiros la increíble historia de Dutch Schultz y, quizá, de algún otro mafioso de leyenda.
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