miércoles, 26 de diciembre de 2012

Historia completa de: Richard ICEMAN Kuklinski

Fuente

I. Un asesino nato:

El 23 de Marzo de 2006, EL MUNDO publicó la muerte de Richard Kuklinski, más prolífico asesino a sueldo de la historia. Años después, cayó en mis manos “El Hombre de Hielo”, su biografía. Leí el prólogo y ya no pude soltar el libro hasta llegar al final. Paso aquí a relatar la historia real de éste hombre. No es una historia apta para corazones sensibles o para estómagos impresionables. Es una historia plagada de violencia, tortura y asesinato.

Richard Kuklinski fue asesino a sueldo para la mafia durante dos décadas. Se especializó en gran variedad de procedimientos para matar, y su especialidad era la disposición del cadáver para que la policía no le relacionara con el crimen. Richard Kuklinski es uno de los hombres más peligrosos que han pisado éste planeta, del que tengamos noticia.

Pasamos a relatar su vida en nueve entradas. No ahorramos en detalles: avisado queda el lector curioso.

Richard Kuklinski nació en Jersey en 1935, en el seno de una familia de muy humilde. Vivían en un barrio marginal de viviendas protegidas. El ambiente familiar era rígido, violento y religioso. El padre, Stanley Kuklinski era hijo de inmigrantes polacos. Aquel hombre era un rudo guardafrenos, un hombre alcohólico, putero  y pendenciero, que sometía a golpes a su mujer y a sus hijos por costumbre.

Stanley y Annah Kuklinski

La madre, Annah, era una mujer muy católica. De padres dublineses, creció en un internado religioso. Del que la sacó Stanley, para casarse. Pero la felicidad duró poco, si algo. Pronto empezaron los gritos. Stanley se volvía venenoso cuando bebía, y pronto comenzaron los episodios de violencia doméstica. Cuando nació Florian, el primogénito de tres varones, las palizas ya debían de ser habituales. Los más tempranos recuerdos de Richard ya incluían las agresiones de sus padres. Hannah aprendió que tratar de protegerlos era contraproducente, pues agravaba la ira del marido y la atraía hacia ella. A menudo, mientras Stanley apalizaba a sus hijos, Annah rezaba en alto, de rodillas contra la pared. Otras, ella misma participaba en las palizas, desviando la atención de su marido hacia sus hijos. También a solas les pegaba ella, usando todo tipo de objetos, cuando su marido no estaba.

Un día, cuando Richard tenía cinco años, Stanley llegó borracho a casa, como de costumbre. Mal encarado, empezó a gritar a su mujer e hijos, y pronto llegaron los golpes. Richard corrió a esconderse, pero Florian no logró escabullirse. Y aquella noche, en medio de la escena habitual de violencia doméstica extrema, a Stanley se le fue la mano y desnucó, de un puñetazo, a su hijo mayor.  En ese instante, los gritos y golpes se detuvieron, y sus padres planearon juntos la coartada, con su hijo mayor ahí tirado. Iban a encubrir la muerte, disfrazándola de accidente. Sentirían pena más adelante. La primera sensación de aquel fallido matrimonio fue el miedo.

A Richard le contaron que Florian había sido atropellado. Hubo funeral y duelo. Luego, la progresiva vuelta a la rutina. Los golpes y gritos cesaron por un tiempo, pero los rezos contínuos ocuparon su lugar. El ambiente volvió a ser opresivo, y como consecuencia, la violencia regresó gradualmente a la casa de los Kuklinski.

Richard era un niño introvertido. Estudiante difícil y con problemas para relacionarse, era blanco de los chulos del colegio. Como había aprendido que era mejor no pasar demasiado tiempo en casa, y tampoco tenía amigos, empezó a hacer una vida callejera y solitaria. Lo que no estaba exento de problemas, pues en el vecindario también había chicos malos que le pegaban y humillaban cuando sus caminos se cruzaban.


Richard se aficionó, en esas tardes solitarias y callejeras, a torturar animales sin dueño. Los abundandes gatos eran un blanco fácil. Richard solía estrangularlos para ver cómo morían mirándolos a los ojos. También los quemaba vivos en un incinerador de basura. Otras veces, ataba dos gatos por la cola y los colgaba de un tendedero para verlos pelear hasta la muerte. Los animales vagabundos llegaron a escasear en su barrio.

Lo pasaba mejor solo que acompañado. No se fiaba de nadie. En casa, además, las cosas empeoraban. Annah tuvo dos hijos más, Roberta y Joseph. La presión doméstica sobre Stanley era mayor, y por tanto se agudizaba la violencia. Un día, Stanley empezó a verse con otra, y gradualmente fue abandonando el hogar, lo que implicó una mejoría inmediata. Pero Annah tuvo que ponerse a trabajar por las noches, y eso trajo consigo sus propios problemas.

Richard se aficionó a los pequeños hurtos, primero para llenarse la panza, y luego, para llevar comida a casa. Annah rezaba, se lamentaba y les pegaba durante todo el tiempo que no estaba trabajando o durmiendo. Se ensañaba especialmente con Richard, reprochándole sus robos. Pero tuvo que claudicar, gradualmente, y aceptar los alimentos. La verdad es que tenía desatendidos a sus hijos, y toda ayuda venía bien. La violencia no cesó sobre él, ni sobre sus hermanos, pero Richard crecía, y su pericia como ratero se extendió a la de ladrón de coches. Aprendió a conducir en las calles, sin más compañía que la de su sombra.

Parte del fracaso escolar de Richard se debía a una indetectada dislexia que hacía al chico parecer tonto o retardado. Pero Richard aprendió a leer con interés cuando cayó en sus manos una revista de crímenes. En aquella época la crónica negra era un género muy popular, mucho más que ahora, y existían decenas de publicaciones que describían con todo detalle y soporte fotográfico crímenes e investigaciones. Éstas revistas de crímenes cautivaron a Richard, que devoraba cuanto ejemplar caía en sus manos. Ayudado por aquellas publicaciones, empezó a fantasear con matar a Stanley, y planeó e imagimó decenas de modos de hacerlo. Y luego, pasó de planear la muerte de Stanley a planear la muerte de cualquiera que le estuviera jodiendo la vida.

Había en el barrio un chico mayor que le tenía especialmente  marcado. Él y sus compinches le hacían la vida imposible cuando sus caminos se cruzaban. Le hacían y decían de todo, con una crueldad que llama la atención sobre la dureza del ambiente, y Richard aprendió a esquivarles. Vivía escondido en las calles, escondido de sus padres, con quienes pasaba el menor tiempo posible, y escondido de los chicos malos, a quienes esquivaba siempre que podía.

Muerte 1: Charley Lane

Con trece años, y después de un episodio particularmente doloroso de vejaciones verbales y físicas por parte de éstos matones de barrio, se hartó. Acechó al jefe de los matones, Charley Lane, un chico de dieciséis años, y cuando conoció sus rutinas, trazó un plan. Charley tenía a raya a Richard, le hacía de todo, y dirigía a otros contra él. Richard había fantaseado muchas veces con matarle. Con una barra de hierro oculta en el antebrazo, le esperó en el callejón tras la casa del tipo, de madrugada, hasta que éste volvió de sus pendencias nocturnas. Allí, sin testigos, Richard se le encaró y le provocó. El matón atacó a Richard, y cayó al suelo con la sien abierta de un golpe certero y brutal en la cabeza. Richard Kuklinski se había cobrado su primera sangre. Solía asegurar, cuando recordaba el episodio, que su intención era solamente dar a aquel chico una lección, pero lo cierto es que una vez empezó a golpearlo, ya no pudo parar hasta que se dio cuenta de que lo había matado. Richard ocultó el cadáver en las sombras y fue a por un coche. Condujo de vuelta y transportó el cuerpo en el maletero hasta unas marismas. Allí le arrancó los dientes con un martillo y le cortó los dedos con un hacha. Tiró el cuerpo a un estanque helado. Condujo de vuelta tirando los dedos y dientes a la cuneta. También se deshizo de las herramientas. Abandonó el coche en un aparcamiento y caminó varias millas hasta casa. Se fue a acostar con la mejor sensación de su vida. De ser víctima, había pasado a ser verdugo, y le gustó.

ADOLESCENCIA

Pasaron muchos meses y la policía no se presentó. La vida de Richard dio un vuelco. Tras su primer crimen, se prometió que nadie le volvería a joder. Uno por uno, siguió a los chicos que le hacían la vida imposible, y los sometió a graves palizas, que pronto aprendieron a esquivarle a él. Con un grueso garrote, recorría metódicamente las calles buscando a todo aquel que le hubiera hecho algo en el pasado, para ajustar cuentas.

Richard pasó a frecuentar los billares de la zona. Le gustaba el billar y aprendió a jugar bien. Jugaba por dinero y solía ganar. Si alguien le faltaba al respeto, lo atacaba con el taco o con sus manazas. Se enzarzó en muchas peleas, que ganaba siempre. Un día se enzarzó con tres tipos que lo echaron del bar. Richard siguió al primero y lo apuñaló por la espalda. Luego, siguió al segundo y repitió la operación. No murieron. El tercero se fue de la ciudad y nunca volvió. Richard se creó una fama de tipo duro en la zona, y reunió a su propia pandilla, las Rosas Nacientes, con la que daba golpes a pequeña escala. Richard compró su primera pistola, un revólver del 38.

Richard se fue convirtiendo en un hombre ágil y corpulento. A Richard le gustaba ir elegante, y, aunque tímido, las mujeres solían abordarle. Una de ellas, Linda, se lo llevó a vivir con ella cuando Richard sólo tenía dieciséis años.

Muerte 2: Doyle

Doyle era un secreta del barrio. Un día, Doyle perdió al billar contra Richard y, queriendo provocarle, se burló de él delante de todo el mundo. Richard se fue del bar y esperó. Doyle salió después y fue a su coche. Se quedó allí, dormido con un cigarrillo. Todo un golpe de suerte. Richard compró gasolina en una estación cercana y la vertió al interior del vehículo. Lanzó una cerilla al interior y se quedó por allí para oír los gritos de Doyle. Volvió a casa con una gran sonrisa en los labios.

Por aquellos días, Stanley volvió a pegar a Annah durante una visita. Cuando Richard se enteró, fue directamente a por su padre. Lo agarró y le puso el 38 en la sien. “Si vuelves a acercarte a mi familia, te mato y te tiro al río”. Stanley nunca volvió a molestarles. Richard no lo había hecho por su madre, a quien despreciaba profundamente. Lo había hecho por sí mismo. Se arrepintió durante toda su vida por no haber apretado el gatillo aquel día.

No sentía mayor estima por su madre. Después de tanto rezo y tanta moralina y el sexo es malo y todo lo demás, un día fue a visitarla y se la encontró practicando el sexo con un vecino, un hombre casado. Quiso matarla allí mismo. Esa mujer le había pegado con saña y dedicación para inculcarle una férrea moralidad católica, y ahí estaba, abierta de piernas mientras el culo gordo y peludo del vecino embestía una y otra vez. Pero se dio la vuelta y se largó en silencio.

MAFIA

Gracias a la astucia de Richard, los golpes de las Rosas Nacientes tenían éxito, y se hicieron más ambiciosos. Robos en almacenes, atracos a droguerías y licorerías. No tardaron en llamar la atención de la mafia, que les encargó un asesinato. Había que matar a un tipo que no pagaba.

Muerte 3

Richard planeó el golpe. Siguieron al tipo en un coche. Llegado el momento, el encargado de realizar el disparo no tuvo valor para apretar el gatillo. Richard le arrebató el arma, se bajó del coche, se acercó al tipo, le disparó una vez en la sien y volvió al volante. Condujo hasta dejar a los otros chicos en su casa. Ellos mismos quedaron impresionados con la frialdad de Richard. “¡Mírale, fresco como una puta lechuga!” “Tío, estás hecho auténticamente de hielo”. Así le pusieron el sobrenombre de ICEMAN, el hombre de hielo.

Éste trabajo catapultó a los Rosas Nacientes, que , tutelados por la mafia italiana de Jersey, llegaron a dar un golpe de dos millones de dólares. Richard se aficionó al juego, y entró en una dinámica que ya no abandonaría nunca: ganar y perder enormes sumas de dinero en un abrir y cerrar de ojos. También inauguró otra dinámica: repartir violencia doméstica. Richard era, como lo fueron sus padres, una bomba de relojería. Podía estallar en cualquier momento. Linda se quedó embarazada y convenció a Richard, a regañadientes, para que se casara con ella.

Muertes 4, 5.

Dos miembros de las Rosas Nacientes dieron un paso en falso: asaltaron una partida de poker de la mafia. Un hombre de familia se puso en contacto con Richard. Le dijo que o mataba él a sus dos compañeros, o moriría toda la banda. Richard tuvo que aceptar. Tomó un revólver y visitó a sus dos compañeros por separado. Los mató por la espalda, de un tiro rápido en la cabeza. Desde ese momento, Richard pasó a ser un hitman de la mafia italiana de Jersey. La banda de las Rosas Nacientes quedó disuelta.

Muertes 6, 7, 8, 9, 10,…

Richard volvió a ir solo. Por esa época, solía dar largos paseos por Manhattan. En uno de esos paseos, un indigente lo abordó y se puso pesado. Richard Kuklinski lo apuñaló en la nuca y lo dejó allí mismo. Y se aficionó a esos paseos. Y a las presas anónimas que esos paseos le proporcionaban. Incluso él perdió la cuenta. Sabía, por sus revistas de crímenes, que la policía de Manhattan jamás se pondría en contacto con la de Jersey, en el supuesto de que intentaran resolver la ola de crímenes. Pensaron que eran reyertas entre indigentes, y Richard perfeccionó su arte. No le gustaba la sangre, prefería las muertes rápidas y silenciosas. Disparos sorpresivos con armas pequeñas, estrangulación, un puñal en la oreja, o en la nuca y hacia arriba, un pinchazo al corazón o en el ojo, provocaban la muerte instantáneamente.Un día ahorcó a un tipo con una cuerda. “Yo mismo hice de árbol”, contó. Richard ya se había convertido en un gigante de dos metros. Matar le hacía sentir bien.

Si me jodes, te mato...¡te mato!


II. Primeros contratos:

HOGAR, DULCE HOGAR

Por el año 1956, Linda le dijo a Richard que esperaba un hijo suyo. Richard se puso como una fiera. Con el paso de las semanas, a pegarla en el estómago para que perdiera al niño. Richard, como su padre antes que él, fue en casa un hombre violento. Como Stanley, cuando bebía podía ser venenoso. Con una diferencia: Stanley siempre era violento y peligroso. Richard tenía días con Linda en que era el hombre más gentil del mundo, pero había otros en que se levantaba ya predispuesto a destrozar el mobiliario y agredir a su mujer. Y digo a su mujer porque, en el transcurso del embarazo, Linda consiguió convencer a Richard para que se casaran, aunque fuera por lo civil. Richard, a quien las cosas le gustaban bien hechas, aquello debió de parecerle un apaño, un matrimonio de tapadillo, y probablemente, culpaba a Linda por ello.

TERCER CONTRATO

El tercer contrato de la mafia, fue sacar de circulación a un tipo que vendía coches usados. Le había faltado al respeto a la señora de alguien de dentro. El contrato tenía dos condiciones: Richard tenía que aportar un trozo del cuerpo de la víctima. Y además, debía asegurarse de que la víctima sufriera.

Richard aceptó. Acechó a su víctima en su tienda y en su casa. Decidió que el lugar idóneo era el negocio de coches usados. Cuando llegó el momento, Richard salió a hablar con el tipo, se interesó por un coche. Lo probaron dando una vuelta. Luego, Richard detiene el coche en un lugar previamente escogido, se baja a mirar el motor. “Mire, vea esto”, dice, y el tipo se inclina sobre el motor. Richard le golpea, le inmoviliza y le mete al maletero, inconsciente. Richard conduce tranquilamente hasta una zona boscosa de difícil acceso. Allí, ata a la víctima de cara a un árbol, amordazado, y le enseña un hacha. El tipo quiere gritar, pero apenas emite sonidos por estar atado en una postura extraña. Cuando ve el hacha, se da cuenta de lo que va a ocurrir. Richard, de abajo arriba, destrozó a la víctima, que permaneció consciente hasta desangrarse. Cavó una fosa y enterró los restos. A modo de muestra, entregó la cabeza de la víctima, para regocijo del cliente, que pagó encantado. Otro cliente satisfecho.

COBRADOR

Después de esto, Richard pasó a ser cobrador para la familia. Se había ganado a pulso la fama de hombre duro. El Polaco, le llamaban en la calle. Todos pagaban cuando se presentaba El Polaco. Siempre. Un día, un cliente pagó sólo la mitad. Richard fue a verle a su despacho. “La otra mitad la traeré mañana”. Richard volvió al día siguiente. “Aún no la tengo”, dijo. Richard sacó una pistola. Y el tipo sacó el dinero. “¿Por qué te has arriesgado si tenías el dinero?” “Porque no quería pagar”, dijo el tipo. Richard levantó el arma y disparó. Después, cuando se lo contó al jefe, éste le felicitó. “El respeto es lo más importante”.

LA GRAN OPORTUNIDAD

Richard aceptaba también trabajos a particulares, además de los encargos que hacía para la familia. Pero trabajar para la familia le daba más garantías de seguridad, y también proporcionaba más trabajo. Un día le llegó su primer contrato mayor. Un importante miembro de la familia debía morir. Y además, tenía que sufrir. Un trabajo difícil, porque el tipo sospechaba lo que se le venía encima, y se había enrocado en su fortaleza rodeado de guardaespaldas. Richard nunca preguntaba a sus contratadores por el motivo del encargo. Si se lo contaban, bien. Si no, también. Por lo demás, tenía bastante claro que rara vez se encarga algo así contra nadie que no tuviera verdaderos tratos con la familia. Y ya se sabe lo que pasa cuando juegas con fuego. En esta ocasión, el contrato también incluía una cláusula de sufrimiento extra.

Richard planeó con cuidado la operación, tomándose varias semanas para ello. Observó que el tipo hacía escapadas de baja seguridad para ver a su chica, acompañado por su chófer, que naturalmente se quedaba en el coche el tiempo que durara la visita.

Durante una de esas visitas al nidito, Richard se acercó al chófer y le disparó en la sien, tapándolo luego con el sombrero, como si se hubiera quedado dormido. Después, esperó a su objetivo principal, al que dejó inconsciente. Lo metió en el maletero y condujo hasta un lugar desierto. Allí, le rompió todos los huesos de las piernas con un bate de beisbol. Luego, Richard lo mató de un golpe seco en la cabeza. Por encargo del contratista, introdujo por el ano del cadáver las tarjetas de crédito de la víctima. Tiró el cadáver al río Hudson, y nunca apareció. La familia, para reforzar su coartada, denunció la desaparición a la policía, pero no hizo falta, porque el cadáver nunca apareció. Richard acababa de convertirse en un hombre importante en su negocio.

MULTA Y BARBECHO

Linda tuvo un segundo hijo de Richard. Richard seguía gastando rápidamente todo lo que ganaba. En aquella época, además, tuvo una mala racha en el billar, en el que se jugaba grandes sumas. También tuvo un problema con la familia, y se decidió que El Polaco tenía que apartarse un tiempo. Richard se buscó un trabajo honrado, de mozo de almacén, que aparte de asegurarle unos ingresos más bien exíguos, le servía de puesto vigía para sus propios chanchullos. Todo empezó por un problema doméstico. El administrador del edificio donde vivía Richard y su familia había pegado a los niños por armar alboroto. Richard encontró al tipo en un bar. El camarero era un policía conocido por todo el barrio. Richard agarró al administrador y le dio una gran paliza. Cuando Richard iba a salir por la puerta, el camarero sacó su placa. Richard le dio varios puñetazos en la cabeza, y se largó. La policía fue a hablar con la familia y Richard tuvo que pagar 3000 dólares para saldar la deuda. También se decidió prescindir de sus servicios un tiempo, por las apariencias.

PROPIEDAD PRIVADA

En aquellos días, Richard estaba prácticamente separado de Linda, pero la consideraba de su propiedad, lo mismo que a los niños, por quienes nunca mostró especial cariño. Un día, Joe, el hermano pequeño de Richard, llamó a este para decirle que había visto a Linda en un hotel con un tipo del barrio, un amiguete. Richard se presentó en aquella habitación y los encontró desnudos. Agarró al tipo y le dio la paliza de su vida, todos los huesos rotos. Richard incluso saltó desde la cama sobre el coleguilla varias veces. Le dejó un fémur sano. Los demás huesos del cuerpo se los rompió. Agarró después a Linda y le dijo “Si no fueras la madre de mis hijos, te mataría aquí mismo.” Acto seguido, se largó. Pero antes de irse,  y para que Linda no olvidara aquel episodio, Richard le cortó los pezones.

Apenas volvieron a tener relación, salvo la estrictamente necesaria para ocuparse de los niños.

VUELTA AL RUEDO

Los trabajos con la familia se retomaron indirectamente. Ahora Richard hacía trabajos para el encargado de la seguridad, un lugarteniente de la mafia de Jersey.

El primer contrato fue para matar a un cobrador que había estado robando la recaudación de las loterías clandestinas. Aquel desdichado aún no lo sabía, pero le había tocado el gordo.

Tenía que ser una muerte ejemplar, para evitar tentaciones. Lo siguió hasta una casa de comidas que el tipo frecuentaba, y esperó fuera. Cuando el tipo salió, llovía y no había nadie cerca. Richard salió del coche y le disparó varias veces a la cabeza, a bocajarro. El arma tenía silenciador, nadie advirtió nada. Richard volvió a su coche y se fué a cobrar su sobre.

El segundo contrato importante también tenía como víctima a uno de dentro. Richard no supo el motivo, símplemente aceptó. Siguió al tipo hasta su yate. Estaba acompañado. Richard esperó. Era de noche. La chica se fue en una monovolumen y el objetivo se quedó completamente solo. Richard entró en el yate y redujo al tipo. “Voy a hacerte un favor”, le dijo. “Te mataré rápidamente. Y le disparó en la frente, una vez.” Conocía de antes al tipo, y nunca le gustó a Richard. Pero aquella noche se sentía de buen humor, porque había recuperado el favor de la familia.

La alegría duró poco. El jefe del clan para el que trabajaba Richard murió asesinado de un tiro en la cabeza. Durante un largo período de tiempo, las guerras de sucesión se cobraron muchas vidas. Podía caer cualquiera. Richard se apartó. No quería aceptar trabajos de ninguna de las facciones que se disputaban el trono. Imprudente en las apuestas de juego, Richard hizo gala de su buen juicio a la hora de mantenerse fuera de las apuestas de sucesión, no fuera que apostara por caballo perdedor, y se convirtiera él mismo en objeto de algún contrato. Fueron malos tiempos, y Richard bebía contínuamente. Perdía el control de sus actos. Un día, un tipo le molestó en un bar, y lo mató allí mismo de una puñalada. Se fue de allí. La policía hizo preguntas, pero nadie quiso responderlas. Eso le salvó. Ni la suerte, ni la astucia. La ley del silencio.

EL CORTEJO DEL DEMONIO

Tras un período personal especialmente convulso, Richard intentó un proceso de regeneración. Aceptó un trabajo completamente legal en una imprenta. Allí conoció a Bárbara. Se interesó por ella, y eso no gustó al jefe. “Quédese el trabajo y métaselo por ése culo solemne”, le dijo Richard.

Richard, apuesto, fuerte, elegantísimo, siempre con sus trajes de colores, fue muy insistente en su cortejo a Bárbara. La chica era la hija única de un matrimonio italiano de clase media, y Richard tuvo que ser tenaz para conseguir una cita con ella. Por fin, un día lo logró, y salieron a ver una película un sábado. Bárbara lo pasó bien en aquella primera cita. A la mañana siguiente, Richard volvió a visitar a Bárbara, y el lunes también. Empezaron a salir. Semanas después, Richard la desvirgó, y al poco, Bárbara quedó embarazada. Se casaron. Richard había encontrado a la mujer de su vida. Bárbara acababa de casarse con el demonio.


III. Los años “honrados”:

CORTEJO

Para conseguir a su esposa, estrechamente custodiada por su familia, Richard había tenido que regenerarse. Empezó a ir de trabajo en trabajo, todos legales, todos honrados. Pero Richard tenía dos problemas: uno con la autoridad, y otro con las cuentas. El primero le hacía perder los trabajos. Sólo parecía respetar la autoridad de La Familia, y no aceptaba bien que le diera órdenes un tipo a quien Richard podía destrozar con sus propias manos. Su otro problemaera aún más grave. Ser un manirroto no importa tanto cuando uno está solo. Pero si tienes familia, la cosa es más seria. Entonces, tienes que tragar. Eso creaba tensiones en casa. Y cuando empezó a faltar el dinero, las exigencias familiares agravaron la situación en casa, donde las palizas empezaron a ser frecuentes. Aún así, uno de los trabajos más duraderos de su vida llegó a él en ésta época, como auxiliar de laboratorio en un laboratorio fotográfico especializado en el revelado de películas que llegó, con el tiempo, a darle pingües beneficios.

MALOS TRATOS

Pero por el momento, Richard estaba sin blanca. Su mujer había perdido un bebé y estaba embarazada de otro, y la vida en casa de los Kuklinski era tensa y violenta. Richard era imprevisible, y cualquier cosa podía liberar a la bestia. Una de esas noches, viendo la tele, Barbara hizo un inocente comentario y le cayó la peor paliza de su vida. Fue a parar al hospital con la nariz rota, múltiples hematomas y hemorragia vaginal. Había perdido el bebé de cinco meses. La más terrible línea en el victimario de Richard: su propio hijo no nacido. Aquello superaba el crimen de su padre. Richard se daba cueta de ello, y cuando Barbara recuperó la consciencia, ahí estaba él, en la habitación, trajeado, con una caja de bombones y una sonrisa. Con el tiempo, se reconciliaron. Barbara volvió a quedar embarazada y, un día, le hizo a Richard un juramento: si haces daño a mi hijo, te mataré. Con un cuchillo, con veneno, mientras duermas…si tocas a mis hijos, te mato.

Y Richard respetó ése juramento toda su vida. Su deseo de no emular a su padre superó a su instinto asesino.

PLURIEMPLEADO

Sin embargo, las facturas no se conjuran con buenas intenciones, sino con dinero, y Richard siguió moviéndose por ahí, buscando empleos. Encontró uno de camionero de reparto, y aunque lo alternaba bien con el laboratorio, la situación económica no mejoraba. Con Bárbara embarazada, y un trabajo de camionero que le proporcionaba libertad de movimiento, pronto entabló colegueo con ese tipo de compañeros que saben “guardar un secreto”. No tardó en empezar a planear pequeños trabajitos con sus dos nuevos amigos.

VAQUEROS

Resolvieron robar en los almacenes del sindicato. Para ello, Richard fue a la autoescuela y se sacó la licencia para dieciocho ruedas. La idea era entrar al almacén y llevarse un trailer. Cuando recibieron una información sobre un trailer lleno de pantalones vaqueros, Richard se presentó allí con su cabeza tractora y una gorra del sindicato. El guarda levantó la barrera y le dio las buenas noches. Richard entró, enganchó el trailer y salió de allí con la mercancía. Sus dos socios le escoltaron con un coche, siguiéndole. Pero Richard, que tenía costumbre de conducir muy rápido, no tardó en dejarles atrás. Los compinches, para no perderlo, se saltaron un semáforo y la policía los detuvo, sin mayores consecuencias. Pero Richard se quedó sin escolta. De natural precavido, vigilaba constantemente todos los ángulos de su vehículo, pero en un momento dado, cerró el paso a un coche que tenía preferencia. Richard se disculpó mostrándose humilde y asertivo, pero del coche salieron dos tipos agresivos, con palos. Richard no lo pensó más y disparó con su 38. Dos tiros. Allí quedaron ambos, tirados en la cuneta. Richard se deshizo del arma, llegó hasta su destino, y vendieron la mercancía.

Nace Merrick, la primera hija de Richard. Su preferida. Nunca le puso una sola mano encima. Y muy seguido, nace Christine, su segunda hija con Barbara.

CIEN MIL RELOJES CASIO

Llegó un chivatazo sobre una partida de relojes Casio. Cien mil relojes. Richard encontró un comprador por 65.000$. Emboscaron al camión en una zona discreta y ataron y amordazaron al camionero, dejándole en la cuneta. Cuando llegaron al almacén, el comprador no les quiso pagar 65.000 y rebajó la oferta a 50.000. Richard mató al tipo en su despacho de un tiro en la cabeza. Inmediatamente, salió a la dársena y disparó a los tres mozos del tipo. En la cabeza, igualmente. Allí quedaron los cuatro cadáveres. Richard y sus dos socios salieron de allí con los relojes, y la policía nunca resolvió el homicidio múltiple. Ajuste de cuentas. El cargamento fue vendido a Phil Solimene, un buscavidas muy popular por el barrio.

PORNO

Richard resolvió así la asfixia económica en casa, pero una mala partida de billar lo dejó sin blanca no mucho después. Ésta constante se repite en la vida de Kuklinski una y otra vez. Por suerte para su familia, Richard ganó posición en el laboratorio, abriendo mercado al pirateo de películas, con el que se sacaba más que con la venta normal. Y un día, los Gambino le incluyeron como proveedor de películas porno en cantidades industriales, para distribuir por todo el país. Richard empezó así a remontar el vuelo como criminal.

TELEVISORES

Durante esos días, la banda de Richard recibe un soplo: un camión repleto de televisores. Repitiendo el procedimiento de anteriores ocasiones, dan el alto al camionero, que queda atado y amordazado en la cuneta. Roban el camión y lo llevan a una granja. Pagan 500 dólares al dueño de la granja por guardarles el camión unos días, pero cuando encuentran comprador y van a por el camión, el garaje está vacío. Golpean al tipo, pero éste jura que no sabe dónde está. Richard saca de su maletero una bengala de salvamento, la enciende y quema los testículos del granjero, que aún así dice ignorar el paradero del camión. Richard insiste un buen rato, y los testículos del tipo quedan reducidos a dos ciruelas pasas, carbonizadas e inútiles. Richard amenaza con empezar ahora con el pene, y ¡sólo entonces el tipo confiesa! Lo tiene un amigo suyo. Richard y sus dos socios visitan al tipo, que, de nuevo, se hace el tonto. Después de que le peguen un poco, el tipo se ablanda, y les lleva hasta el camión. Entonces, Richard mata a ámbos de sendos disparos a la cabeza. Vuelve junto a sus socios y la mercancía. El cargamento se vende sin problemas. Nadie les relacionó con los cuerpos.

Richard, en buenas relaciones con los Gambino por la marcha de la pornografía, había vuelto al ruedo del crimen. Nunca más intentó llevar una vida honrada.


IV. PORNO Y MAFIA

EL ENLACE SINDICAL

Richard se quedaba muchas noches en el trabajo. Como técnico de laboratorio se pasaba las noches pirateando películas pornográficas para la mafia. Los otros empleados se quejaron al sindicato, porque Richard se quedaba las horas extras. Conocía los trapos sucios de sus jefes, y los utilizaba en su favor. Además, Richard y sus clientes, los Gambino, eran muy lucrativos para el laboratorio. Una noche, Richard cerró y ya se iba para casa cuando se le acercó el tipo del sindicato. Se presentó y dijo sus razones: tus compañeros se han quejado. Mis compañeros no quieren esas horas, dijo Richard, y continuó caminando. Era verdad. Antes de que empezara la actividad nocturna en la empresa, nadie pedía horas extra. Sólo cuando Richard empezó a quedarse todos los días, los otros empezaron a querer sus horas. Total, cuando Richard le dio la espalda al enlace sindical, este le puso una mano en el hombro. Grave error. Richard se giró y descargó un puñetazo brutal a la cabeza del tipo, que cayó al suelo como un saco. Se golpeó la nuca contra un banco del parque, y quedó ahí. Richard nunca supo si le mató el puñetazo o el golpe en la nuca. Fue a comprar cuerda y ahorcó el cadáver en un parque cercano. Preparó una escena de suicidio y nunca volvió a saber nada del tipo. La policía molestó a la banda local unos días, y el crimen quedó sin resolver.

JOSEPH KUKLINSKI

El hermano de Richard, Joseph Kuklinski, se metía en líos contínuamente, cada vez más gordos. Richard le ayudaba si podía, pero un día, Joseph fue demasiado lejos, incluso para Richard: Joseph violó y mató a una niña de catorce años. También al perrito de ella. Los tiró por una azotea después de que ella intentara resistirse a la violación.

Enter Sandman

Richard se cercioró de la verdad, y no volvió a tener contacto con su hermano. Kuklinski despreciaba a los violadores, más aún a los violadores de niños. Para él, muy tradicionalista en esos asuntos, el sexo era cosa entre marido y mujer. Nunca anduvo con prostitutas, ni veía con buenos ojos el negocio del porno.  Sí iba, a veces, a un local de strip-tease de la zona, en el cambio de turnos, antes de encerrarse en el laboratorio para preparar una de sus maratonianas sesiones de pirateo múltiple.

STRIP-TEASE

Una noche, Richard se acercó al local de strip-tease. Bebido, dijo algo que molestó a una bailarina, y tuvo un rifirrafe con el barman. En mitad de la discusión, el portero le pegó un puñetazo. Richard se fue de allí mascando la venganza. Planeó cuidadosamente la muerte del portero. Tres días después, dejó una ropa escondida en un lugar cercano, se acercó al portero del local desde la acera y le disparó en la cabeza con un 22. Se alejó, se cambió de ropa, se deshizo del arma y volvió al laboratorio. De paso, se detuvo a mirar, entre la muchedumbre de curiosos, el levantamiento del cadáver, con toda la policía acordonando el lugar. Luego, se fue a trabajar, mucho más relajado.

Había vuelto el asesino frío, el Dios que manejaba la vida y la muerte. Richard comprendió que debía volver a sacar provecho de su habilidad para el homicidio, y se postuló por todo Hoboken.

KUKLINSKI PRODUCCIONES

En aquellos días se reconvirtió en productor de cine porno. Pasó del pirateo a la distribución, y dejó el laboratorio. Y con el tiempo, contrató él mismo a los productores, dependiendo de la demanda.  Nunca iba a ver los rodajes, a Richard el porno le parecía algo sucio. Legal, pero sucio. Y muy rentable. Sin embargo, el dinero que Richard invirtió al principio, era de la mafia, y Richard tuvo muchos problemas para pagar la deuda.

ROY DE MEO

Un día, se presentó un cobrador, Roy de Meo. Uno de los tipos más sanguinarios de la historia de la mafia.



De Meo y otros cuantos rodearon a Richard y le pegaron una paliza. Richard pagó poco después. Se acercó al local de De Meo y preguntó por él. Kuklinski el humilde y dialogante salió a flote, y ambos acordaron hacer negocios en el futuro. Richard había encontrado en De Meo un contacto inmejorable para ampliar negocio. Por supuesto, planeaba vengarse. Pero ya tendría tiempo de matarle. Pero por el momento, podía ser útil.

Y así fué. Los negocios del porno prosperaron entre ambos, y Richard creció socialmente. De Meo se enteró de que Richard era un frío asesino, y de fiar, y le propuso pasar a hacer trabajos especiales. Richard aceptó, y acto seguido, Roy de Meo, su primo, apodado Drácula, y Kuklinski, se fueron en coche a merodear a otra zona de la ciudad. Vieron a un tipo paseando a su perro y Roy dijo: mata a ese. Dio una pistola a Richard, que se acercó por detrás y disparó en la nuca del tipo, que quedó tendido en el suelo. Roy quedó impresionado. -Joder, eres de hielo, tío. Eres de los nuestros.

GRUPO SALVAJE

Y Roy le presentó a sus hombres: un batallón de asesinos en serie a sueldo de la mafia. A Richard no le gustó aquella cuadrilla. Le incomodaba especialmente Drácula, el primo de De Meo. No eran respetuosos con él, y él no se fiaba de ellos. Mientras jugaban al póker, la noche que los conoció, tenían en la ducha, colgado de un gancho, un cadáver desangrándose. Roy supo que Richard no haría buenas migas con los chicos, y le propuso ser su arma secreta.

FAMILY MAN

Vino, en ésta época, Dwayne, el tercer hijo de Barbara y Richard. El primer varón. Años después, los tests de inteligencia le declararían superdotado. Pero, en ámbitos más prácticos, las cosas nunca irían bien en casa. Al menos, económicamente, Richard siempre se portó bien. Sin embargo, en cuanto a la violencia, Richard se recrudecía con el tiempo. Concentraba sus iras en Barbara y el mobiliario. Richard era una bestia. A veces, se golpeaba la cabeza contra las paredes hasta quedar sin sentido, para no matar a su mujer o dañar a las niñas. Sus arranques de ira eran temibles. Un día tiró por la ventana un mueble que habían tenido que subir a la planta de arriba entre cuatro tipos. La fuerza de Richard era sobrehumana, podía levantar una nevera sin esfuerzo, si estaba lo suficientemente cabreado. Destrozaba tabiques, puertas, y también golpeaba a su mujer. Era el terror personificado. Incluso en los momentos felices, la sorda amenaza de que en cualquier momento, el humor de Richard podía quebrarse en ira, hizo que su familia viviera en continua tensión, si Richard estaba con ellos.



HITMAN

Para bien o para mal, Richard trabajaba mucho. De Meo le encargó a un tipo. -Cuidado, va armado- le dijo alargándole un sobre con 20.000 dólares. Richard acechó a su víctima varios días. La imagen de Richard acechando pacientemente a su víctima, provisto de sandwiches de pavo y pan de centeno, se repetiría muchas veces. En éste caso, Richard esperó a su víctima fuera de una casa de comidas. Le pinchó una rueda y esperó. El tipo salió, vio el pinchazo y abrió el maletero. Richard encañonó al tipo, lo ató y amordazó y lo metió en el maletero. Condujo hasta una mina abandonada e hizo caminar al tipo hasta el borde de un pozo. Le disparó en la cabeza, y el cadáver cayó al profundo pozo. Condujo de vuelta, se deshizo del arma, cenó en casa.

De Meo volvió a humillar a Richard. Una noche en su local, Roy encañonó a Richard con una UZI delante de sus asesinos, medio de broma, medio poniéndole a prueba. De Meo era un loco descontrolado, y era muy paranóico. Completamente imprevisible. Richard supo mantenerse frío y manejó la situación, pero juró para sus adentros que un día mataría a De Meo.

Su eficacia hizo correr la voz, y Richard realizó trabajos especiales para todas las familias de la mafia. Era silencioso, no hacía preguntas, y sus trabajos eran impecables. Pronto amplió contactos, y empezó a acumular armas. Su nombre empezaba a ser una referencia como hitman en el crimen organizado.


V. El Hombre de Hielo:

AÑOS SETENTA

Corren los años setenta. Richard, siempre elegante con sus trajes de colores chillones, continúa con su negocio del porno. Aún sin deber ya nada a la mafia, sigue ganando y perdiendo dinerales.

La vida familiar continúa como siempre. Richard puede ser un ángel del cielo, un hombre generoso y gentil, pero su humor puede girar en un segundo, convirtiéndose en un monstruo feroz. Tras sus arranques de ira, Richard goza de cierta calma, que le lleva a un estado de lucidez en el que habla sin cortapisas acerca de sí mismo. Y es con Merrick, su preferida, con quien se sincera Richard.

-Si algún día me enfado tanto que tengo que acabar con todos vosotros, Merrick, a tí será a quien más me cueste matar. ¿Lo entiendes?

-Sí, papá.- Y claro que entendía, la pequeña Merrick.

Barbara sabía que Richard, celoso crónico y violento, guardaba resentimiento por el pequeño Dwayne. Pero tuvo éxito en su tarea de desviar las iras de Richard hacia sí misma.

Kuklinski detestaba a De Meo, deseaba matarlo con sus propias manos. De Meo era una imposición de la mafia, y Richard, en ése sentido, le respetó siempre porque De Meo era de la familia. Y Richard aún debía dinero a la mafia, de modo que no le quedaba más remedio que tragar por el momento.

De Meo le hizo un encargo importante. Rotherberg debía morir. Rotherberg era productor de películas porno. Su mercado se beneficiaba del hecho de que Rotherberg producía películas porno que entraban en lo delictivo: animales, menores, sexo extremo. Atrapado por la justicia, hizo un trato e informó a la policía. Y amenazaba con hablar más. De Meo y Rotherberg tenían relación pública, de modo que el trabajo tenía que hacerlo uno de fuera.

Richard acepta encantado, y lo planea en solitario. De Meo le ha facilitado todo tipo de informaciones sobre Rotherberg. Richard siempre busca la resolución más sencilla. Para ello, efectúa un seguimiento, buscando las pautas de la presa, y esperando una ocasión idónea. Acecha en su furgoneta de cristales tintados. Provisto de sandwiches de pavo y pan de centeno, gaseosa, una botella de plástico como orinal, música country y paciencia. Mucha paciencia. Y un 38 con silenciador.

Un día, se da la ocasión idónea. Rotherberg acompaña de compras a su mujer. Él espera fuera de la tienda, mientras ella hace sus compras. Richard acaricia su arma. Es el momento.

Pero entonces se presenta De Meo con su primo Dracula, y otro de sus hombres, frenando ruidosamente frente a la tienda. Encuentran a Richard, se plantan frente a su furgoneta. Richard , consternado, ve a Rothberg salir corriendo, asustado. La principal razón por la cual se encargó a Richard el trabajo era que Rotherberg conocía a De Meo. -Joder, habéis arruinado el trabajo.- Agarró su arma y siguió a Rothberg hasta un callejón. Sin testigos, le disparó dos veces, con silenciador. Indetectado, entró en la furgoneta y desapareció.

Estaba tan cabreado que hubiera matado a De Meo con sus propias manos. Para Richard, aquello había sido una chapuza. Entonces, de camino a casa, Richard tuvo un problema con otro conductor. Clásico rifirrafe entre conductores cabreados.

Aquel tipo cometió un error fatal. Levantó el dedo y dio por zanjada la disputa. Richard le siguió hasta un lugar discreto, y un semáforo les cerró el paso. Richard se bajó de la furgoneta, se acercó al coche del tipo, y le disparó un tiro en la cabeza. Richard condujo hasta su casa, se deshizo del revólver y cenó con su mujer y sus hijas, relajado.

Roy nunca pagó a Richard por la muerte de Rotherberg. Mucho mejor, le dijo a Richard que estaban en paz. Lo cual perdonó la deuda de 50.000 dólares que debía Richard a la mafia, ya todo intereses. Paradojas de la vida, lo que para Richard fue una chapuza, un borrón en su historial, para los Gambino había sido un gran golpe, salvó a muchos jefes de ir a la cárcel y de ahorrarse mucho dinero en el proceso. Richard, de paso, dejó de ser un primo, un idiota que les debe dinero, y pasó a ser un asociado. Como Rotherberg, antes de cagarla. Tipos que hacen tratos con la mafia, incluso entran en el organigrama, aunque nunca puedan pertenecer a los Gambino, por no ser italianos.

Richard ya era una leyenda entre los profesionales. Empezó tras el asunto Rotherberg, la leyenda entre los jefes. Richard era un fantasma. Si le veías la cara, ya no veías nada más. Nunca había testigos, y si actuaba en público, nadie parecía haber reparado en él. Y sobre todo, Kuklinski nunca fallaba.

Hubo muchos encargos después de aquel. Algunos encargos le gustaban más que otros, pero siempre sintió predilección por matar a violadores, especialmente, a violadores de niños.

A Richard le cayó otro trabajo importante. Un tipo de la Familia, en Los Ángeles. Estaba pasando información a los federales. Si lo mataba, Richard volvería a salvar a muchos de ir a la cárcel. Se desplazó a Los Ángeles y acechó al tipo. Encontró un lugar discreto donde esperarle, y allí aparcó su furgoneta, con la ventanilla entornada. El tipo pasó frente a Richard, que disparó sólo una vez. El tipo cayó muerto. Richard condujo de vuelta a casa.

Kuklinski estaba abierto a sugerencias, y el cliente podía pedir extras, por un precio. Que sufra, métele tal objeto por tal orificio, o bien que su familia no pudiera tener el ataud abierto en el funeral. También se reservaba el derecho de aceptar trabajos. Así, nunca aceptó matar a una mujer, o a niños. Culpables o inocentes, eso no le importaba. Y a veces lo hacía más divertido.

Como ejemplo, el caso del cubano. A Richard le fue encargada la muerte de un cubano. Había violado a la hija de catorce años de un amigo de la Familia. El encargo exigía que el tipo tenía que sufrir.

Dicho y hecho. Richard viajó a Miami y acechó a su víctima. Usó el procedimiento de la rueda pinchada para hacerse con el tipo. Lo llevó a las afueras y lo ató a un árbol. Lo desnudó y le arrancó los testículos con sus manos. Luego, le cortó el pene y se lo enseñó. Después, le fue cortando en filetes, y finalmente, lo abrió en canal y las tripas cayeron al suelo. Se deshizo de los restos tirándolos al canal, para que fueran pasto de los tiburones.

Volviendo a casa, tres tipos en un coche asaltaron a Richard Kuklinski. Richard los mandó a la porra y les dijo que se fueran a casa. Ellos persistieron, se pusieron desagradables. Richard se detuvo, desafiante, y los mató a los tres, a tiros. Siguió camino hasta casa, a tiempo de cenar con la familia.

En otra ocasión, un Hombre Hecho de la familia cortejó indebidamente a una chica muy joven, cuyo padre era un hombre muy importante en La Familia. Le fue encargado a Richard.

Richard le secuestró, y se lo llevó lejos, a una cueva infestada de enormes ratas, que Richard había encontrado por casualidad, de cacería.

Le ató en la completa oscuridad, y esperó a las ratas, que devoraron al tipo mientras Richard tomaba instantáneas con su polaroid. El cliente miró las fotos con una sonrisa de oreja a oreja, y pagó 10.000 más de lo acordado.

A otro, un oriental, lo tiró por un balcón. A otro lo torturó a tiros y cuchilladas. A otro lo mató a golpes. Debían mucho dinero.

Hubo un caso especial. Un sindicalista que amenazaba con tirar de la manta. El requisito indispensable era que el cadáver jamás aparecería. A Richard le fue asignado un equipo. Entre los cuatro redujeron al tipo, lo metieron en el coche y Richard le apuñaló en la nuca desde el asiento de atrás. Quemaron el cadáver en un bidón, y enterraron el bidón en un desguace. Tiempo después, desenterraron el bidón y lo metieron en una furgoneta que, a su vez, fue reducida, en un desguace, a un cubo de chatarra que terminó siendo vendido a Japón para hacer Toyotas. Así, según Richard Kuklinski, terminó el cadáver del mismísimo Jimmy Hoffa.

Richard también aplicaba su experiencia a sus propios intereses. Un tipo le debía mucho dinero, y se negaba a pagar. Richard viajó hasta el sex-shop del tipo, y provisto de dos granadas de mano ocultas, entró por la puerta, saludó y hablaron de dinero. El tipo no fue muy cortés. Richard lanzó las dos granadas de mano detrás del mostrador y salió del local ajustándose la chaqueta. El sex-shop y su dueño volaron en pedazos.

Richard nunca era relacionado por la policía. Se deshacía del arma, llevaba guantes, el cadáver desaparecía, o aparecía lejos de Richard, variaba contínuamente de modus operandi. Eso, su frialdad, su método, y la suerte, le mantuvieron indetectado para la policía por dos décadas.


VI. La dosis exacta de asesinato:

Richard es contratado para matar a un hombre hecho de la familia Gigante. La muerte estaba autorizada por los propios Gigante. Le fue asignado un equipo, pero sus compañeros no hicieron falta. Richard, desde un vehículo, disparó nueve balas en tres segundos, con un rifle Roger de precisión, recortado, silenciado, al tipo a la luz del día, en una calle transitada. Nadie les vio. Desaparecieron con el tráfico y sólo al rato el cadáver empezó a sangrar.

Aquel golpe le hizo famoso entre los Gigante, y trabajó con ellos durante un tiempo.

Después, De Meo volvió a requerirle. Un negro de Harlem, un chulo de colores que no quiere pagar. Richard es encargado de que éste tipo pague o muera. Richard se acerca al local, un garito atestado de negros peligrosos, acompañado de un par de matones de De Meo. Al parecer, uno de ellos conoce al moroso, de la cárcel. Una vez en la puerta, Richard se ofrece para acompañarle, pero el socio declina. Es mejor que vaya solo. Tú mismo. El tipo entra, y a los pocos minutos, recibe un tiro en un costado. Richard entra después, y recibe un golpe en la frente con un bate de béisbol. Sale el socio como puede. Richard quiere entrar y acabar el trabajo. -Son demasiados- dice el socio. Y conducen en retirada hasta el matadero, que es como el hampa llamaba a la trastienda de De Meo. Allí se hacen con dos Mac-10 para los matones de De Meo. Richard agarra un barrecalles, escopeta de configuración potente y gran cadencia de disparo. Imaginen una escopeta de cartuchos con un tambor giratorio, como los revólveres, pero con muchas más balas que un revolver. Eso es lo que cogió Richard. Un dragón que escupe fuego. Se plantaron frente al local con el coche, y entraron a saco disparando hasta matar a todo el local.

Aquello había sido una chapuza, Richard se daba perfecta cuenta. Pero la historia corrió de boca en boca, y los encargos se multiplicaron. Trabajando solo, buscaba una escena contraria a las que solía proponer De Meo: silencio, sigilo, paciencia, limpieza. Por eso cuando trabaja solo, tiende a simplificarlo todo. Así, sus métodos preferidos son el del pinchazo y el de las ratas, en los cuales apenas tocaba a la víctima. Además, fotografiar al tipo siendo pasto de aquellos roedores siempre dejaba satisfecho al cliente. Cuando Richard empezó a grabar en vídeo todo el proceso de las ratas, la historia de Kuklinski volvió a estar en boca del hampa. Más aún, algún cliente llegó a quedar consternado por aquellas imágenes. Y muy pocos  llegaban a ver la película completa. Ni siquiera Roy de Meo era capaz. Sólo Richard podía pasar horas contemplándolas sin inmutarse.

El siguiente trabajo fue muy importante para De Meo. Le habían encargado una muerte, uno de los de dentro. De Meo siempre encargaba éste tipo de trabajos a Richard. El cual aceptó encantado. Sabía que aquello era importante, porque el tipo a abatir era importante, y debía mucho dinero.

Richard viajó a Los Angeles y acechó a su víctima durante días. El tipo sabía que andaban tras de él y era muy precavido. Siempre salía custodiado. Pero vivía solo. Y la mayor parte del tiempo, no salía. Vivía encerrado en su casa. Richard probó un método que había visto en los dibujos de la Warner: tocó el timbre, y cuando alguien asomó a la mirilla, disparó a través del orificio. Con el silenciador, y en un momento en que no había nadie en la calle, Richard desapareció sin problemas. El tipo murió en el acto. El golpe fue tan bien ejecutado que De Meo fue, finalmente, ascendido a Hombre Hecho de la familia Gambino.

Richard siempre buscaba simplificar al máximo cada trabajo. Por eso prefería trabajar solo. Además, lo que le molestaba de que los hombres de De Meo supieran sus andanzas era que no tenía el completo control. Cualquiera de aquellos psicópatas podía utilizar esa información. Por eso, Richard trataba de limpiar sus huellas siempre, hacer el menor ruido posible.

Porque De Meo, como Hombre Hecho, volvió a subir un escalón en su propio historial de chulería y despotismo. Se paseaba por ahí hinchado como un gallo de corral. Él y sus hombres iban de acá para allá envueltos en una nube de cocaina y alcohol. Aquellos psicópatas degenerados, cocainómanos y armados, ahora tenían poder. Y lo usaron. Sus niveles de paranoia y descontrol eran tales, que Roy de Meo resolvía cualquier duda matando a alguien. Ante la duda, mata al tipo. Y si dudas entre dos, mátalos a ámbos. Y asunto arreglado. Richard sacó mucho trabajo de ahí, pero sabía que aquella situación no podía durar. El ramo se iba a quedar sin nadie a quien matar.

Un día, Roy De Meo invitó a Richard a pasear en su barco. Richard aceptó. También se presentaron otros matones de Roy. Dieron una vuelta en el barco. Llegaron hasta una zona infestada de tiburones, y De Meo acusó a uno de ellos de ser un chivato. Acto seguido le disparó en la cara. Aún vivo, lo tiraron a los tiburones. Richard vio en los tiburones un fantástico método para deshacerse de los cadáveres. Le recordaban a sus ratas. Eran la misma cosa. Los bichos se encargan de todo el trabajo.

Porque las ratas de aquella cueva engordaron. Su voracidad era tal que se comían incluso los huesos y la ropa. Ni siquiera esperaban ya a que Richard se marchara para empezar el festín. Llegaban a tener el tamaño de gatos bien alimentados, y recibían a Richard con chillidos, mirándole llegar con la nueva presa. Con el tiempo, Richard dejó de ir a la cueva de las ratas porque las ratas ya no le tenían miedo. Richard se lo tenía a ellas.

Buscando perfeccionarse en el sigilo, Richard empezó a interesarse por los venenos. Entonces se acordó de Phil Solimene. Solimene era un maleante que conseguía muchas cosas. Siempre andaba por el barrio, consiguiendo cosas. En época de vacas flacas, Solimene contrataba a Richard para que matara a tipos a los que robar. Solimene concertaba una venta en su almacén, el tipo traía la pasta, zis, zas. Pero eso era antes. Ahora, el negocio iba bien, y con De Meo al mando del barrio, Solimene conseguía muchas armas y drogas, y Richard trabajaba todo el tiempo. Y Richard llamó a Solimene.

-¿Tienes quién me consiga venenos, y cómo usarlos? Phil le presentó a Paul Hoffmann, un farmacéutico de confianza. Le enseñó los principales venenos, las toxins más letales, cómo manipularlas, y cómo dosificarlas. Richard quería un veneno que no pudieran detectar los médicos en una autopsia. Hoffmann comprendió que lo que buscaba Richard era cianuro. Enseñó a Richard a calcular la dosis perfecta: demasiado veneno, y los médicos lo detectarán. Demasiado poco, y la víctima no morirá. Solimene consiguió el cianuro.

Tony Scanelli, de los bonanno, debía morir. Un golpe difícil, pues el tipo no se separaba de sus guardaespaldas. Richard lo siguió hasta un garito en el que todo el mundo andaba apretujado. Richard se arrimó a Scanelli un momento. Le pinchó con la aguja más fina que pudo encontrar, y le inyectó una dosis muy ajustada. El tipo apenas se dio cuenta, y murió un minuto después, con Richard saliendo por la puerta. La autopsia no detectó el veneno, ni siquiera el pinchazo.

Richard supo valorar el cianuro como arma insustituible. Indetectable, silenciosa e invisible, aquella sustancia letal enamoró a Richard, que en lo sucesivo llegó a adquirir gran maestría en la aplicación de la dosis exacta.

Así, De Meo encargó a Richard la muerte de Billy Mana. Richard le conocía. Quedó con él a tomar una copa, y cuando Mana fue al servicio, Richard echó en la bebida una dosis mínima de cianuro. Mana terminó su bebida, y murió un minuto después. ¡Un infarto! ¡Un infarto! ¡Médico!- gritó Richard antes de escabullirse en el tumulto y desaparecer para siempre. Ataque al corazón. Caso cerrado.

Richard adquiere así la fama del fantasma. Si el Polaco quiere que mueras, caes seco con la cara hundida en los spaghetti. Su fama le hace viajar por todo el país, repartiendo infartos. Papá Noel de la Muerte. La mafia no le da descanso.

De Meo le vuelve a llamar a filas, y le pide que haga de guardaespaldas en una charla muy tensa con otro gallito del corral. Richard, a sabiendas de que el imprevisible De Meo es sinónimo de exceso y de charcos de sangre, no sabe negarse. Cada día acaricia con más anhelo el momento de deshacerse de De Meo. Pero, por el momento, tiene que plegarse a él. Enfrentarse a la mafia significa tu muerte, y la muerte de los tuyos.La entrevista sale bien, pero Richard sabe que trabajar junto a De Meo es exponerse a una muerte segura, a medio plazo.

Richard compra una oficina en las afueras, desde la que puede llevar sus negocios sin implicar a su familia. Es también un lugar donde estar solo los días en que sabe que va a montarla en casa. Su segundo hogar, su cuartel de operaciones. Una nevera, un escritorio, unos archivadores, una cama, unos armarios secretos, una caja fuerte, buena visibilidad de los alrededores.

Richard siguió experimentando con el veneno. Así, le fue encargada la muerte de Henry Marino, un hombre hecho, un cocainómano que había cometido ya demasiados errores. De Meo llamó a Richard. Richard preparó una dosis para Marino, y se hizo pasar por traficante. Dio a Marino una muestra de cocaína con cianuro, y Marino se fue él solito al baño. Ya nunca salió.

En otra ocasión, Richard fue contratado por un equipo de ladrones para entrar en casa de un millonario. Dieron el golpe, y se reunieron para repartir el botín. Al no llegar a un acuerdo, Richard fue al McDonalds y envenenó todas las hamburguesas menos la suya. Al llegar de vuelta, cada uno se comió su big-mac, y al minuto estaban todos muertos. Así era más fácil dividir el botín. Limpió la escena tomándose su tiempo, y los dejó allí. Luego, fue a ver al que le había conseguido el trabajo, y le dio parecido tratamiento.

Richard decidió especializarse en veneno. Era casi imposible relacionarle con el cadáver, usando la dosis exacta de cianuro. El cianuro le distinguía de De Meo. Era lo contrario de De Meo. Todo lo contrario.


VII. Una pieza de relojería:

Carmine Galante, del clan de los Bonanno, se hacía grande, y muy peligroso. El colmo había sido el tabú que Galante había roto traficando con drogas, actividad que estaba vedada, ancestralmente, a los Hombres Hechos. La Familia aprobó su muerte, y De Meo postuló a su hombre. El golpe se aprobó, y el trabajo fue encargado a Richard.

Galante era un Capitán, y tenía su propia banda de matones siempre a su alrededor. De Meo trazó un plan sencillo. Galante solía comer en la terraza interior de una pizzería. Se haría allí, según un plan que propuso De Meo, y que aprobó Richard. Era un plan sencillo, pero muy peligroso, pues implicaba un enfrentamiento abierto, a tiro limpio, con la  banda de Galante.

Richard comía en el interior del local. Solo, armado. Llevaba ocultas dos pistolas del 357, muy potentes, y un 38 más manejable. Galante y sus esbirros comían en el patio. Como estaba previsto.

Se presentaron ruidosamente los locos de De Meo, y los matones de Galante salieron a la puerta, alarmados. Empezó el tiroteo allí. Como estaba previsto.

Richard se levantó y sacó las 357. Caminó a lo largo del pasillo que llevaba al patio, y a la puerta se encontró cara a cara con Carmine Galante. Richard disparó con ambas pistolas repetidamente, lanzando a Galante contra un rincón del patio. Richard salió por el callejón trasero. Allí le esperaba De Meo en coche. Le recogió y desaparecieron. -¿Todo bien? -Como un maldito reloj.

Delante, las cosas habían ido bien, sin bajas para De Meo. Galante y sus hombres estaban muertos.

La popularidad de Richard creció hasta sus máximos históricos, máxime cuando no cobró nada a la familia por el golpe. La noticia, además, dio la vuelta al mundo cuando un fotógrafo obtuvo una vista inmejorable del patio interior, desde una vivienda vecina.

Véase que Galante, arriba, conserva su puro en la boca

Richard era una pieza de relojería, y sus trabajos siguieron saliendo bien. Richard conoció en aquella época a Robert Pronge, otro asesino a sueldo.

Se vieron por primera vez acechando al mismo tipo, un hombre importante realmente inaccesible. Coincidieron dos veces en el hotel del tipo en el espacio de un par de horas, y ambos estaban convencidos de que el otro era un asesino a sueldo. Poco después, se volvieron a encontrar, frente a la casa del tipo. Richard se acercó a un carrito de helados, y se encontró al tipo, de nuevo. Se presentaron el uno al otro, e hicieron buenas migas. Pronge sentía verdadera pasión por el asesinato. Antiguo miembro de Operaciones Especiales, poseía un arsenal de rifles, artefactos explosivos activados a distancia, y todo tipo de herramientas. Ejecutaba sus trabajos mediante un sinfín de procedimientos, y utilizaba todo tipo de artilugios para ello. Lo que encandiló a Richard fue un artilugio que había inventado Pronge: un pequeño aerosol con cianuro mezclado con un compuesto que se absorbe por la piel. El resultado era un spray mortífero al contacto. Richard se mostró tan fascinado, que Pronge le invitó a acompañarle en un trabajo. Ofreció a Richard acabar con la víctima usando el spray. El trabajo salió a las mil maravillas, y Richard incluyó el spray entre sus objetos de culto.

Pronge también mataba por diversión, y de vez en cuando salían por ahí para probar sus inventos y sus nuevos juguetes. Richard dijo, ya en la cárcel, que De Meo y Pronge eran las dos personas más peligrosas que había conocido.

Después de haber matado a Galante por traficar con droga, De Meo decidió ocupar el lugar vacante, y envió a Richard a cerrar un trato de cocaína con unos hermanos brasileños, en Río de Janeiro. Richard cerró exitosamente el trato, pero nada más volver, De Meo le envió otra vez a Río con el encargo de matar a los hermanos brasileños. Al parecer, se la habían jugado con la droga. Richard, de nuevo en Río, compró una pistola del 38 en los bajos fondos y acechó a los hermanos. Los vio salir de un bar con unos amigos. Se reían, habían bebido. Richard salió del coche, caminó hacia ellos, y mató a los cuatro a tiro limpio.

Como un maldito reloj.


VIII. Arena en el engranaje:

En los últimos setenta y primeros ochenta, empiezan a manifestarse fallos en el mecanismo de relojería que mantiene a Richard alejado de todas las investigaciones policiales. Como él mismo vaticinaba, De Meo no podía durar, un asesino tan sanguinario e impulsivo sólo podía atraer la desgracia. Sin embargo, no toda la culpa era de De Meo. Richard, a pesar de haber en un entrado de paranoia contínua que le hacía variar contínuamente sus rutas, a menudo efectuando giros inesperados y aleatorios mientras conducía, tratando de despistar y desconcertar a cualquiera que le estuviera siguiendo, un día cometió un error de bulto al ocultar un cadáver.

Tenía que cobrar a un tipo, Malliband, que siempre se las arreglaba para enternecer a los cobradores. Al final, quedó claro: no quería pagar. Incluso amenazó a Richard. -¿No querrás que le pase algo a tus hijitas, eh, Richard? El cual, sin pensarlo más, le disparó cinco veces. Ocultó su cadáver en un bidón, sin quemarlo. El bidón fue a parar a un pozo, pero la tapa se rompió al caer, y el bidón comenzó a sangrar. Cuando, al poco, el dueño del desgüace descubrió el cadáver, la policía se presentó en la oficina de Richard. No lograron relacionarle con el homicidio, pero había estado a punto. Nunca habían llegado tan cerca.

Tiempo después, Phil Solimene debía dinero a su cuñado Percy House, y éste le apretaba las tuercas sacándole información. House trabajaba para Richard como ladron de casas de lujo. Solimene contó lo de Richard y el desdichado Malliband, y otros secretos. Corrió la voz y mucha, mucha gente, estuvo al corriente de aquella muerte en particular.

Sí tuvo De Meo mayor incidencia en la siguiente falla en la gestión de riesgos de Kuklinski. Había un tipo, Peter Calabro. Un tipo despiadado, que había tenido tratos de sangre con el propio De Meo. Calabro entró en tiranteces con Gravano, un Capitán de los Gambino, y decretó su muerte. De Meo también decidió la muerte de Calabro, y ofreció A Richard para que hiciera el trabajo, cuya logística proporcionó Gravano. Richard esperó a Calabro con la furgoneta cruzada en la carretera, agazapado tras el capó. Cuando Calabro llegó, redujo la velocidad, y Richard le disparó en la cabeza, a bocajarro, con una escopeta de postas de dos cañones. Calabro murió en el acto. Richard lo dejó allí, los hombres de De Meo se ocuparían del cadáver. Richard no lo sabía aún, porque Gravano, entre toda la información que facilitó a Richard, olvidó incluir un dato fundamental: Calabro era un corrupto. Un policía corrupto. Un policía.

El asunto Masgay tampoco resultó muy beneficioso, a largo plazo. Masgay era cliente de Richard y Solimene. No quería pagar una partida de cintas vírgenes. Concertó una cita entre Masgay y Solimene en el almacén de éste, y Richard mató a Masgay de dos tiros en la cabeza. Ocultaron el cuerpo, concienzudamente ésta vez, pero Solimene también se chivó de ésta muerte cuando habló del asunto Malliband a terceros, y el rumor que relacionaba a Kuklinski y varios cadáveres con nombre y apellido salió a la luz.

Richard sentía que perdía el control de su seguridad. Demasiada gente estaba al corriente de sus andanzas. Descargaba la rabia que ésto le producía matando a golpes, con sus propias manos y empleándose a fondo, a sus víctimas. Mató de ésta manera a no menos de diez tipos, muertes todas aprobadas por la Familia, usándolos como sacos de boxeo. Matar con sus manos le proporcionaba una poderosa sensación de control.

Por aquellos días, el detective Pat Kane investigaba una red de asaltantes especializados en casas de lujo, una banda que llevaba un tal Percy House, cuñado de un tal Phil Solimene, y a las órdenes de un tal Richard, el Grandullón. Y sus pesquisas le llevaron hasta la indiscreción de Solimene. Kane andaba, pues, tras la pista de Percy House y un tal Richard, el Grandullón. Cuando se detuvo a House, éste no quiso hablar. Temía demasiado a Richard. Sin embargo, Kane encontró a una mujer, amante de House, que sí habló. Aquella mujer les dijo el nombre de Richard. Dio detalles de la muerte de uno de los miembros de la banda de asaltantes. Richard los había matado para que no hablaran, y House tenía suerte de estar en la cárcel. Kane encontró uno de los cadáveres, tal y como lo había dicho la mujer. El detective ya tenía nombre, cara y dirección para El Grandullón, su gran x: se llamaba Richard Kuklinski. Kane se dio cuenta de que no estaba ante un caso de robo con asalto, sino ante algo más grande. Su olfato no le engañó.

Richard, sin saber exactamente lo que se estaba cociendo, podía también oler a la policía en el ambiente, y cambió de lugar el cadáver de Masgay, pero alguien lo volvió a encontrar por casualidad, y Kane empezó a tirar del hilo: cintas vírgenes, almacén de Solimene, Richard Kuklinski.

Richard, por entonces, llevaba negocios de compraventa de armas y drogas por todo el país, y no bajaba el ritmo de cadáveres que dejaba tras de sí. Aquellos primeros 80 fueron muy violentos, las bandas mataban a cualquiera por cualquier motivo, si alguno.

Pronge, el heladero de Mister Softee, también empezó a inquietar a Richard. Encargó a Kuklinski la muerte de la señora Pronge, y de su propio hijo. Richard se negó por una cuestión de principios, pero se quedó inquieto por los derroteros que tomaba su amigo. Otro día, Pronge le confió a Richard que le habían encargado la muerte de una familia, y que planeaba matarlos envenenando el embalse que regaba sus tierras. Lo que hubiera matado a varios cientos de personas. Richard ya no se fiaba de Pronge. Un día le hizo una visita sorpresa. Pronge trabajaba en su carrito de Mister Softee. Allí mismo, Richard le disparó cuatro veces por la espalda, con silenciador. Salió de allí y nunca volvió.

A Hoffman, el farmacéutico, también lo mató por aquellos días. Richard ya no se fiaba de él. Le convenció de hacer negocios en el garaje de Richard, y allí le disparó en el cuello. El arma se encasquilló para un segundo tiro, y Richard tuvo que pelear con Hoffman a vida o muerte. Acabó empapado de sangre, y tuvo que darle otro golpe letal en la cabeza para rematarlo. Lo selló en un bidón y lo dejó en un descampado, a la vista de cualquiera. Un día, el bidón desapareció, y nunca más nadie preguntó por él.

Roy De Meo había caído en desgracia. Era una sombra de lo que fue. La cocaína y la paranoia se lo habían merendado. La última vez que él y Richard se entrevistaron a solas, Roy se puso a contarle sus penas, todos están en contra mía, estoy en el punto de mira. Richard comprendió que Roy de Meo tenía los días contados, y que era cuestión de semanas que alguien lo quitara de enmedio. La única razón por la que Roy no tenía más enemigos era porque mataba a todo el mundo. Sus amigos estaban muertos, o con otros capitanes. Richard supo que nadie haría muchas preguntas si aparecía muerto y que, si lo dejaba escapar, nunca consumaría su vieja venganza. Aquí te pillo, aquí te mato, que se dice coloquialmente. Le disparó en el coche cuatro o cinco veces, a quemarropa, y lo remató a golpes de pistola. Un viejo sueño. Lo metió en el maletero, y ahí dejó Richard a De Meo. Y nadie preguntó por él.

Con House entre rejas y Pronge, Hoffman y De Meo muertos, Richard se quedaba sin opciones. Por otro lado, el detective Kane ya estaba tras la pista de Richard, y sólo estaba esperando a que éste cometiera un error. Richard era muy precavido, y por tanto, era muy difícil someterle a un seguimiento. Los policías siempre terminaban por perderle la pista. Pero era una cuestión de tiempo y perseverancia. Kane comprendió que sólo podría llegar a Richard a través de Solimene.

Richard, por aquellos días, andaba metido en tráfico de divisas, compraventa de krugerands. Voló algunas veces a Zurich, y una vez, incluso a Nigeria. Su socio en ésto era un tal John Spasudo. Era un negocio lucrativo, y permitía a Richard quitarse de enmedio casi todo el tiempo, lo que ralentizó la investigación de Kane.

El tal Spasudo no era santo de la devoción de Richard, que lo tenía por algún tipo de degenerado sexual. El tipo ofrecía sexualmente a su mujer, y también a su amante, lo que incomodaba a Richard. El colmo llegó para Kuklinski cuando Spasudo presentó a Richard a otro tipo, uno que tenía muchos niños pequeños secuestrados en el sótano para disfrute de cualquiera. Incluso le ofrecieron uno a Richard, que declinó fríamente. Cuando Richard vio aquello, supo que mataría al tipo, pero antes tuvo que volver a Zúrich.

Spasudo le encargó otro lucrativo viaje a Zurich. Allí mató a un abogado árabe que pedía más dinero. Lo hizo con su spray de cianuro. De vuelta en casa, se pasó por “la guardería” del amigo de Spasudo. Allí estaba el tipo, con dos tipos de feo aspecto. Richard los mató a los tres, y liberó después a los niños. Ésta escena recuerda un poco a Taxi Driver.

También sorprendió a Spasudo acostado con una niña, un día al visitarle por sorpresa. Richard sabía que no podía matarle sin más, porque demasiada gente los relacionaría inmediatamente, pero juró matar a su degenerado socio. Además, era su única salida laboral seria. Mientras, iba y venía de Europa (Zurich, Luxemburgo…) primero comprando y vendiendo dinero, llegando más tarde a rechazar incluso una venta de diamantes de contrabando. Sabía moverse por Europa, se las arreglaba bien. Su contacto allí era Remi, un abogado corrupto hasta las trancas, y trabajaban bien juntos.

En casa le esperaba otra cara nueva. Un tal Dominick Provanzano, viejo amigo de Phil Solimene. Éste Provanzano era un maleante estrafalario, dandi grasiento, con peluquín falsísimo y bigotillo. Éste Provanzano conseguía cosas raras, pedidos especiales. Phil respondía por él. Provanzano empezó por pasarse por la tienda, el local de Phil, dejándose caer de cuando en cuando, convirtiéndose en parroquia habitual, con el tiempo. Su “gancho” era el propio Phil. Su controlador, Pat Kane. Dominick Provanzano era el alias de Dominick Polifrone, agente infiltrado. Su objetivo prioritario era propiciar la detención de Richard Kuklinski haciéndose pasar por un maleante de bajos vuelos. Y estaba haciendo un trabajo realmente bueno.

Richard, por aquella época, ya vivía en la contínua sensación de que en cualquier momento, un grupo de federales le daría el alto saliendo de todas partes. Intuía, además de sospechar, que Solimene no era seguro ya, y aunque mantenían contacto telefónico, Richard dejó de pasarse por la tienda. La imaginaba llena de micrófonos, probablemente. Sabía que todo podía terminar en un segundo, y no se fiaba de nadie. Hasta el novio de su hija Merrick sabía demasiado acerca de sus actividades. Richard barajaba contínuamente si matar al chico, pero como él y Barbara lo apreciaban, nunca llegó a dar el paso. Se podía decir, sin temor a equivocarse, que Richard tenía planes para todos.


IX. El Último Vals:

CASTELLANO DEBE MORIR

A mitad de los años 80, con De Meo fuera de circulación,Richard, esquivo con la tienda de Solimene, se dedicaba a su negocio de distribución de porno, y a sus viajes a Europa.

En una de sus estancias en casa, recibió Richard una llamada de Gravano. Uno de los pocos grandes que conocía bien. Gravano le requería para un trabajo especial. El último gran golpe.

Paul Castellano era un gran hombre de la mafia, pero sus costumbres impropias y descuidadas habían llenado de micrófonos ocultos media New York. Paul Castellano debía morir. Un gran golpe, un trabajo importante.

La logística la proporcionaba Gravano. El plan estaba ya trazado cuando le llegó el contrato a Richard. Tenía que esperar a Castellano en la calle. Cuando el coche de Castellano se detuviera en el lugar esperado, Richard caminaría hasta el coche y dispararía al conductor, que sería la única compañía de Castellano. Los chicos de Gravano se encargarían de Paul. Richard sólo tenía que matar al conductor. El hombre de hielo sintió lástima por no poder hacer el tiro importante, pero así eran las cosas.

El coche de Castellano se detuvo en el lugar correcto. Richard se acercó al conductor y sacó el arma. De la nada salieron los otros hombres de Gravano, que acribillaron a Castellano. El conductor y guardaespaldas no lo vio venir, se quedó pasmado con las manos en el volante. Richard lo abatió a tiros y desapareció. El reloj había marchado una última vez. Richard estuvo en paz consigo mismo, después de un trabajo bien hecho, como en los viejos tiempos. Ni siquiera quiso cobrar. Llegó a casa a tiempo de envolver los regalos de navidad y pasar una tarde feliz con su familia. No hay como Zurich para ajustar un reloj.


Paul Castellano muerto en su coche

OBSESIÓN

Kane, sin embargo, pasó las navidades trabajando. Su vida personal había quedado relegada. Había llegado a obsesionarse con Richard. Era normal, puesto que incluso antes de llegar al apodo Richard el Grandullón, Kane ya intuía que andaba suelta y delante de sus narices una bestia desconocida, y sólo él en todo el planeta habría sido capaz de unir todas las piezas del rompecabezas. Ahora ya le tenía delante, pero Richard no ofrecía grietas por donde agarrarlo.

VISITAS NAVIDEÑAS

Kane perdió la paciencia y decidió provocar a Richard. Ir a su casa. Molestarle. A ver qué hacía. Ni corto ni perezoso, se plantó, de traje y corbata, y acompañado de otro oficial, una mañana navideña, en casa de Richard Kuklinski.

Richard abrió, les recibió con corrección, muy contenido. Kane le soltó a bocajarro  todos los nombres de los que podía echar mano. ¿Conoce a Masgay, a Malliband, a Hoffman, a Deppner, a Smith? Richard se hizo el tonto. Kane preguntó por De Meo. Rob le dijo a Kane que veía en sus ojos que no le gustaba. ¿Por qué no le gusto, agente? Lo veo en sus ojos. Los despachó con educación, pero de muy malas pulgas. Y reconoció que había conocido a Roy de Meo. Un error fatal.

Pat Kane había logrado su objetivo, pinchar a la bestia, desafiarla. Había dado en el clavo. El punto débil de Richard Kuklinski. Su orgullo.

Kane salió de la oficina feliz y puntual, tomó unas copas con sus compañeros antes de irse a casa, sin saber que Richard le estaba siguiendo de cerca. Kuklinski le espió mientras el oficial cenaba con su familia. El Hombre de Hielo había resuelto matar a Patrick Kane.

Más visitas. Unos colombianos apretaron las tuercas a Spasudo, el contacto con Zurich. Y Spasudo no tuvo mejor idea que mandarlos a casa de Richard, sin ningún motivo. Llamaron los traficantes a la casa, y Richard no abrió. Podía ver a Spasudo esperando escondido en el coche. Por la noche, Richard visitó a Spasudo, lo agarró del cuello, le pidió explicaciones. Debió de ser todo un ejercicio de autocontrol para Kuklinski el no matarle allí mismo. Pensando en resolver la situación y montárselo en Europa, Richard no mató a Spasudo. Se concentró en Kane. Luego iría a por los colombianos.

Pero sabía que no era sencillo. Kane era un policía, y le estaba buscando las cosquillas. Nadie podía relacionarlo con su muerte. Richard resolvió que la mejor opción sería hacerle desaparecer, pero el infarto también era una opción. Se decantó por lo segundo. Pero sus reservas de cianuro se habían terminado. Con Hoffman muerto, su única opción era Solimene.

Llamó a Phil Solimene. Polifrone, el agente infiltrado, estaba allí, con Phil. Richard preguntó por Provenzano, finalmente. -¡Hey, Dom! ¡Big Richard pregunta por tí!

El agente infiltrado Dominick Polifrone, alias Dominick Provenzano, se puso al teléfono. Richard le dijo que le veía en el Dunkin´Donuts. Polifrone se dirigió hacia allí. Dominick Polifrone sabía que se jugaba la vida en aquella entrevista. Iba armado, y confiaba en sus facultades para engañar a Richard y no tener que usar el arma. En caso contrario, Polifrone era, además de detective privilegiado y actor de primera, un excelente tirador.

Polifrone supo engañar a Richard cara a cara. Richard le hizo un pedido, tenía que “acabar con unas ratas”. Provenzano/Polifrone le prometió que le llamaría.

El problema para Polifrone llegó cuando la jefatura, ya actuando conjuntamente con la fiscalía del estado, se negó a proporcionarle cianuro. -Dale largas.- Le dijeron.

Y tantas largas tuvieron por resultado que Richard planeaba deshacerse de Polifrone, con o sin cianuro. Barbara Kuklinski declaró más tarde que Richard estuvo muy introvertido, más que nunca, después de la visita de los colombianos. Acaso Richard se había dado cuenta de que la barrera entre la vida y su familia había sido quebrada para siempre.

Y, por lo demás, Richard se rindió a Polifrone, decidió confiar. Richard sospechaba de él, como de todos los demás. Más, incluso, pues era el más nuevo. Sin embargo, debió de resolver Richard que si no podía confiar en Polifrone, entonces estaba jodido del todo, de modo que no tenía más opción. Pasase lo que pasase, lo iba a matar después para borrar sus huellas, pero decidió confiar en él. Dominick le tiró de la lengua por teléfono y Richard mordió el anzuelo, reconoció saber manejar cianuro para matar personas. Incluso le habló del spray. Polifrone fue un héroe sólo con esa llamada, que quedó grabada. Hubo aplausos en comisaría. Su arriesgado y brillante trabajo obtuvo el reconocimiento de sus compañeros y superiores.

ATANDO CABOS

Pero Richard se fue a Zurich, a cerrar unos asuntos con Remi. Allí, Remi le informó de que dos tipos querían chantajear al inversor que acogía los negocios de Richard y Remi. Amenazando la gran teta suiza de las divisas. Richard los siguió y los mató a tiros en las afueras. Se deshizo de los cuerpos y volvió a su hotel.

De vuelta en New Jersey, Polifrone le habló de un chico judío rico dispuesto a dar mucho dinero por cocaína. Richard y Polifrone convinieron matar al chico, y quedarse con el dinero. Pero Kuklinski tuvo que viajar a Carolina del Sur. Un tipo no quería pagar una deuda de juego. Richard viajó allí y mató al tipo a tiros.

Luego, volvió a Zúrich. Su objetivo era conseguir cianuro. No lo logró, pero Remi le distrajo con un cheque muy jugoso que tenía que llegar pronto.

Mientras, Kane volvió a pinchar a Kuklinski, visitando su casa en ausencia del cabeza de familia. -Señora Kane, creemos que su marido es un asesino.

Richard regresa al instante, y queda otra vez con Polifrone, que le vuelve a tirar de la lengua. Queda grabada en el micro de polifrone la voz de Richard describiendo cómo matar personas usando cianuro.

Y poco más tarde, Polifrone vuelve a camelar a Richard, diciéndole que matarían al chico judío usando cianuro. Richard y él lo planearon todo. Richard planeaba, en secreto, matar a ambos, judío y Polifrone, a tiros. Ignoraba que ni el cianuro ni el chico judío existían, y además, Polifrone llevaba otro micro.

El 17 de Diciembre de 1986, Richard y su mujer fueron de compras. De vuelta, Barbara tenía jaqueca. Richard se ofreció para llevarla al médico. Salieron en coche, de nuevo.

Nada más salir del garage, Richard y su mujer se toparon con el operativo que se había preparado en previsión de que Richard se dirigiera a matar a Polifrone. Barbara fue detenida junto a Richard, que tuvo que ser reducido por varios hombres antes de ser esposado. Kane le leyó sus derechos. Richard, fuera de sí, rugía: ¡Os mataré a todos, cabrones! ¡A todos!

La llamada la hizo a Phil Solimene: -Phil, voy para allá a hacerte una visita.

Era una llamada de broma, pues Richard estaba esposado y bajo custodia. Pero Phil salió corriendo, despavorido, de la tienda.

Se le escaparon Spasudo, los colombianos, Polifrone y, por supuesto, Pat Kane. Y todo el resto de la humanidad.

El 23 de Marzo de 2006, 20 años después, murió en la cárcel Richard Kuklinski. Se le atribuyen de cien a ciento cincuenta asesinatos.

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